Tentativa de inventario

Gene y Meg

Gene y Meg
@SenorAlpa

Unas obras en el metro de Cuatro Caminos han puesto al descubierto la cartelera de hace más de 30 años. El hallazgo, que permanecía sepultado bajo capas de papel impreso y engrudo, nos ha devuelto por unas horas la sonrisa diáfana de Meg Ryan en Cuando Harry encontró a Sally. También al sargento Gallagher, encarnado por un Gene Hackman de mirada punitiva tras la pista de un pérfido comunista en A la caza del lobo rojo. El caso es que no lo sabíamos pero ellos siempre estuvieron ahí, Gene y Meg, presenciando la movida, la de trenes que habrán perdido, la de bostezos, risotadas y suspiros, la de miradas furtivas al otro lado de las vías. O incluso a las propias vías. La desesperación siempre anda al acecho.

Verles de nuevo ha sido como admitir una derrota. La sensación de que vivimos insertos en el tiempo, enterrados como Gene y Meg, pero no en afiches, sino en días y paradas de metro. De que todo, o casi todo lo que hacemos, lo hacemos para burlar el paso del tiempo, o para no darnos cuenta de que es imposible escapar de él. Por eso lo de los cursos de cata, lo del CrossFit y las clases de swing. Por eso el pádel, los bonsáis y las prisas. Por eso un galgo. Por eso a veces se nos va un poquito la mano con el bebercio, porque beber es la velocidad, y la velocidad es enemiga del vacío. Por eso ansiolíticos. Por eso, como dice Remedios Zafra en Frágiles, "comenzamos a cada rato, llenamos la vida de comienzos, vivimos en un entretanto".

Pienso mucho en Gene y en Meg estos días. Pienso en el señor que embadurnó de cola sus rostros para la posteridad. También en las parejas que sucumbieron al reclamo publicitario y se entregaron a fugaces toqueteos en un cine que a buen seguro ya no existe, que será una tienda de ropa o un hipermercado. Pienso en aquella primavera de 1990 que ha vuelto por casualidad. Como cuando nos topamos con una de esas fotos noventeras, metida en un libro a traición, con su fecha sobreimpresa en pequeños dígitos y sus tonos saturados. Con esa luz rojiza y esa cara que reconoces pero que te es ajena, quizá porque entonces eras todo augurios y ahora, en cambio, casi todo ha sucedido.

Más Noticias