Tentativa de inventario

Al punto de miedo

Al punto de miedo
Centro de vacunación en la Universidad de Sevilla en Sevilla, el 24 de febrero de 2021.– Cristina Quicler / AFP

Dice Flo que lo de la comedia es cosa de hombres. Dice que el humor germina bajo el sol y que nada como el caloret para entregarse a la bufonada y el chascarrillo. Dice también que en el sur se ríe uno mejor, entre espetos y movidas, y que por eso los daneses, los pobres daneses, andan por ahí la mar de mohínos, flirteando con el suicidio. Todo eso dice Flo. Emisario del bochorno. Pienso en ello mientras recorro la Villa para agenciarme la dosis. A cuarenta grados bajo el sol. Como el chuletón del presidente; al punto de cocción. Y es que al punto tengo el melón, Pedro Sánchez. Al punto mi corazón. Doradito por fuera, tierno por dentro. Cálido y bullanguero de ver por fin a mi generación en fila de a uno y no para mear en el Primavera, aguardando el pinchazo, como un ejército vencido y arremangado. Cansado. Cansado de estar cansado. 

Atrás quedó lo de esquivar jeringas en descampados que ya no existen. Atrás los malditos cuadernos Vacaciones Santillana y los veranos eternos. Atrás el flash de lima y el codazo de Tassotti. Ahora somos un numerito en la carpa de vacunación. Con la cabeza gacha. En romería pero sin santo patrón. Nosotros. Que fuimos imbatibles como el chuletón del presidente y que ahora a duras penas nos reconocemos en ese nosotros, tan difícil de pronunciar en pleno sálvese quien pueda. Afanados en no dejar que la brutalidad, la del alquiler, la de las pensiones que no veremos o la del miedo a perder lo poquito que tenemos, se nos meta por dentro como la dosis que esperamos. 

Solía pensar –me reconfortaba hacerlo– que cada generación guarda un secreto. Como si nacer en la misma época y compartir cronologías nos hiciera poseedores de un código privado, algo apenas perceptible que sólo entendían los aludidos. Un relato compartido como aquella leyenda urbana que decía que si te fumabas las hebras resecas del plátano te colocabas. Ahora sé qué no –no lo del plátano, eso lo descubrí tristemente en su día–, sino que no hay secreto que valga. Una generación no guarda un secreto, ni mucho menos un privilegio, como mucho comparte condena, y la nuestra es el miedo.

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