Tentativa de inventario

El ñordo de Camuñas

El ñordo de Camuñas
Casado junto a Arias Salgado e Ignacio Camuñas el 19 de julio de 2021. EFE/ Raúl Sanchidrián

Contemplen la media sonrisa de Casado mientras el ex ministro Camuñas enfila su deposición revisionista. Contemplen su gesto invariable, sostenido en el tiempo, contiene un regusto tétrico, como si al extender una sonrisa mas allá de lo estipulado se tornase sombría, desapacible. La mueca de Casado evoca la constatación de lo infausto, ese momento en el que uno percibe que algo no fue conforme a lo esperado, como cuando el dueño de un perrete comprueba, a pie de calle, que la flora intestinal de su cánido no atraviesa un buen momento. Y que aún así, movido por un amor incondicional o por una cuestión de civismo, tiene a bien agacharse y recoger aquello con sumo cuidado. Aquello carente de consistencia, aquello informe y algo tibio, aquello de efluvios mareantes. Aquello que una vez recogido y anudado, el dueño decide compulsar discretamente camino de la papelera para determinar de forma taxativa que, en efecto, su perrete no anda bien, que depone blandiblub y que quizá deba apostar por otro tipo de pienso, una dieta rica en pescados blancos, una purina específica, vaya usted a saber.

El rostro de Casado es el de ese dueño chequeando la movida. Se podría decir que Casado recoge en la bolsita de su media sonrisa el detrito falangista de Camuñas. Lo hace suyo. Mira enrededor buscando complicidad en otros dueños de otros perretes también descompuestos. Lo hace sin renunciar a la sonrisa, la gélida sonrisa que le ha dejado el tremendo muñeco de barro que un señor le plantó a su vera. La escena me ha recordado un episodio infantil que pasados los años algunos de los supervivientes acuñamos, no sin cierta épica, como el ñordo de Fernandito. Ocurrió en una piscina municipal durante un curso de iniciación a la natación, lo que viene siendo una turba de infantes chapoteando sin criterio con esa suerte de huevo de corcho atado a la espalda. Piensen ahora en Fernandito, afable muchacho de torso rollizo que por lo que fuere encontró en el medio acuático el lugar idóneo para llevar a cabo una plácida y generosa evacuación. Una evacuación que, lejos de ocultar, Fernandito tuvo a bien compartir con los allí presentes entre divertido y desafiante. Revelación que el resto de flotantes acogimos de buen grado, como una ofrenda del bueno de Fernandito recibida entre vítores y aguadillas mientras las madres a duras penas nos sacaban de la piscina. De repente nadie estaba a salvo porque el ñordo de Fernandito pululaba anónimo y amenazante. Y no nos importaba. 

Según se mire aquella piscina es nuestra democracia. Siempre tendremos un ñordo al acecho.

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