Tentativa de inventario

Columna en diferido

Columna en diferido
Un veraneante procede a la zambullida en una piscina de Washington DC, el 11 de agosto de 2019 (Foto de Alastair Pike / AFP).

Salvo fiasco tecnológico, es más que probable que estas líneas, escritas a pie de julio, vean la luz el próximo domingo 22 de agosto. Es por tanto esto que leen una columna en diferido, cautiva en algún rincón binario a la espera de su liberación, permitiendo así que el escribiente pueda vacacionar a pierna suelta, retozando en remoto; a la bartola. Lejos por fin de Villa-tórrida de Madriz, lejos del tuiters y de las imposturas capitalinas. Lejos también de la Biblioteca Municipal Iván de Vargas, grande de España, donde acaba de echar andar esta columna en conserva y donde su estirpe, la del insigne Iván, tuvo a bien fijar su residencia cuando no estaban pasando por la piedra a los enemigos de la Corona, que siempre fueron muchos y muy variados. Mismo emplazamiento en el que ahora, a siglos de distancia, un bachiller sublima el tedio mirando al trasluz lo que en el mejor de los casos podría ser una legaña.

Y es que qué sería del verano sin la contemplación. Sin la posibilidad de abandonarse a lo intrascendente y olvidar, aun por unas horas, los rigores productivos. Andar por ahí con la musiquilla del Verano Azul incorporada, descender en bicicleto como el Chanquetes y su recua camino de la playa. Con la birra del Hacendado medio calda. Entre la insolación y la melopea. Mediterráneamente. Porque se quiere otra vida. Esto es así. Lo dijo el poeta. Y los poetas, al menos los buenos, suelen decir la verdad. El veraneante lo sabe y se deja llevar, por eso muta por unos días en individuo silbante y afable, por eso le sonríe hasta a los chopitos, por eso se sumerge precariamente con un esnórquel maltrecho y se emociona divisando cuatro chirlas y una coquina. Y por eso cae con periodicidad estival en la tentación de pensar que si esta es la vida verdadera, qué narices será lo que le espera en la ciudad y por qué le dedica tanto tiempo. 

No queda otra que apiadarse del veraneante. Inserto cual boya blanquecina en la piscina de algún hotel setentero. Pensando, quizá, en la cuenta atrás. En los días que le quedan para reanudar lo que se dejó a medias en la ciudad, lo que no consigue acabar porque no tiene fin ni principio. Y si me apuran sentido. Tratando de silenciar la vocecilla que le chiva a cada rato que la movida estival no es más que un paréntesis, que en realidad vive una vida en suspenso. Como la que acaricia el tipo orondo que se precipita sobre la piscina con la intención perpetrar una bomba, cuya caída libre el veraneante ha querido congelar en su retina, consciente de que ese amasijo de michelos y lorzas en caída libre vaticina lo incontenible, a saber; el baño de realidad que le espera en cuanto llegue a la ciudad y se libere todo lo que estuvo al acecho. Tal y como lo hará esta columna si nada falla el próximo domingo 22 de agosto. O sea hoy. O sea hace un rato. O sea cuando usted tenga a bien leerla, si es que la lee. Que también puede no hacerlo. A fin de cuentas está usted de vacaciones.

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