Tentativa de inventario

Un cuento ruso

Un cuento ruso
Vladímir Putin convertido en meme. El presidente de la Federación de Rusia, a lomos de un oso.

Alguien me dijo, sentencioso como un tertuliano, que aquello no iría a mayores. Un catarro fuerte, no más, creo que fueron sus palabras. La frase lejos de tranquilizar sonó lapidaria. Como una luna límpida o un tortazo a destiempo. El caso es que la mutación llamó a mi puerta y salí a su encuentro. Luego llegó la tosecita, la febrícula y el destierro. Lo siguiente es un tipo en batín y pantuflas, vencido en su deambular doméstico. Enfermo. Escribió el crítico de arte Anatole Broyard en su libro Ebrio de enfermedad, que "estar enfermo es una extraña mezcla de lo sublime y lo patético, de comedia y terror, con intervalos de sorpresa". Pues bien, estuve ahí. Transité los avernos. Estornudé con la fuerza de los vientos y conocí a una reina de mirada impía. También a sus adeptos, pertenecientes a la etnia ayuser, proclives a la arenga y al desenfreno. Honraban a su ama a pie de calle, proferían movidas frente a un viejo templo convertido en muro de las lamentaciones ultra. En su interior un rey destronado miraba al vacío, como acotando el desastre, en caída libre. Su séquito, otrora fiel y sumiso, afilaba cuchillos en la espesura del templo. Y el monarca, que fue despota y fue marrullero, va y suplica humanidad a sus siervos. "Seré como una reina madre, no haré ni diré nada", dicen que dijo. "Pensad en mis hijos y en mi mujer", imploró su majestad. "Os pido que no hagáis más sangre de la necesaria". Y en pleno delirio palaciego, con sus intrigas y sus muertos, una sombra planea, enorme y funesta, es la minga belicosa de un judoka abstemio, domador de oseznos, que ha invadido un pueblo. 

Un catarro fuerte, no más, me dijeron.

Desconfíen.

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