Jaulas Vacías

Medinaceli, quemados de tanto maltrato animal

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Anoche una vez más, se perpetró el macabro ritual del Toro de fuego de Medinaceli. Una vez más fuimos testigos del sufrimiento incomprendido y solitario del toro que este año se llamaba Islero.

Lo pude ver unos instantes muy de cerca, a través de los barrotes de la plaza portátil que servía de patíbulo. Ví sus ojos desorbitados mientras una veintena de mozos lo forzaban a agachar la cabeza para prenderle fuego en los cuernos. Honestamente, no pude sostener mucho la mirada. Impotente por presenciar la anestesia generalizada de los pocos cientos de participantes en este linchamiento colectivo que ellos llaman tradición celta.

Agradecida de corazón y orgullosa del centenar de personas que, en un intento frustrado de salvar a Islero de este suplicio, saltaron a la plaza y se ataron al palo donde embolan al toro.

Cuarenta y cinco minutos de resistencia pacífica por parte de unos y gritos, insultos y obscenidades por parte del público, acabaron con el desalojo policial para que se cumpliera el siniestro ritual, como marca la ley.

Fui incapaz de ahogar las lágrimas mientras veía cómo el toro trataba una y otra vez de zafarse del fuego, cómo el miedo le dejaba paralizado en mitad de la plaza, mientras se oían las risotadas de la gente y la banda del pueblo seguía tocando "Paquito el Chocolatero".

Entre el público pude oír comentarios que me hicieron más daño que lo que podía presenciar en la plaza. Una niña le preguntaba a su madre porqué la policía se llevaba a esa gente, "Porque son malos ¿Verdad mamá? ¡Quiero que salga el toro ya!".

Al toro le vi sufriendo, asustado, desorientado, pero parece que los pocos cientos de vecinos que acudieron allí no se inmutaron lo más mínimo, es más, la mitad de ellos se aburrieron y se fueron al bar a beber antes de que el fuego de los cuernos de Islero se apagaran y pusieran fin al suplicio. Qué despropósito.

Anoche me marché de Medinaceli con un tremendo pesar por Islero, al que no pudimos salvar, y a la vez esperanzada de saber que somos muchas las personas dispuestas a defender a los animales pese a políticos cobardes que perseveran en dar la espalda a la mayoritaria voz de la ciudadanía. 

Si en mi mano estuviera, pondría fin de inmediato a esta barbarie y redactaría leyes que protegieran de una bendita vez a los animales en este país que en ocasiones parece que no ha salido de la oscuridad. En ello estamos.

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