Principio de incertidumbre

Bandera blanca del Gobierno

Menos de cinco meses ha tardado el Gobierno de España en sacar la bandera blanca. Ayer, en Bruselas, De Guindos se bajó del coche oficial con la cara de circunstancias del que se apea de un burro. Y resoplando exhausto, con las manos sobre las rodillas, soltó: "Necesitamos cooperación". Que suena a necesitamos un rescate, un préstamo o unas vacaciones. En cualquier orden. Pero no: el ministro aclaró que el problema de España es Grecia.

Hay una gran decepción con las santas escrituras entre los conservadores. El año pasado cuando la prima de riesgo de España era de 450 puntos, el entonces bisoño líder de la oposición, Mariano Rajoy, creía que poniendo fin a la etapa de las ocurrencias, de las frivolidades y las rectificaciones de Zapatero sería suficiente para acabar con la crisis. Ése era el problema y no Grecia. Estaba seguro de que todo lo que pasaba con España eran señales de los dioses mercados, que pedían que se pusiera él al frente de la patria. Pero cuando tomó posesión del cargo no sintió ninguna vibración especial y empezó a mosquearse: los mercados seguían presionando al país. Extrañado, les ofreció el sacrificio de sus promesas electorales. Y no obtuvo respuesta divina. Entonces comenzó a recortar el Estado del bienestar: primero le quitó la grasa, aunque se pasara un mal invierno; luego el músculo, y no fue suficiente; y ahora anda ya rascando del hueso, tanto que si sigue metiendo la tijera no será más que el presidente de unos cuantos tuétanos oxidándose al aire. Ahora mira al cielo negro de los mercados y les pregunta: ¿Por qué me habéis abandonado? («cabrones », añade para sus adentros).

Cuando la prima de riesgo se disparaba ayer a casi los 500 puntos y el Ibex bajaba hasta niveles de 2009 –tiempos de la sacudida de Lehman Brothers-, Rajoy recibió un sobre misterioso. Lo abrió y dentro había un mensaje siciliano: estaban las bolsas de los ojos de Zapatero, ésas que devoraron al bambi de acero mientras Rajoy hacía nubecillas de humo con la forma de La Moncloa. Ahora ya sabe que no es tan especial –como lo saben también sus votantes-. Siente que no entiende a los mercados y, a veces, se agobia y quiere escaparse por los garajes. Pero tras cada puerta trasera se encuentra con España. Y entonces comienza a sentirse un bobo solemne.

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