Principio de incertidumbre

España y su problema de tornillos

rey

No, no es la vigésima reunión de convencidos imitadores de Michael Jackson; es la clausura del XIV curso del Estado Mayor. Clausura muy oportuna, por otra parte, pues ya saben ustedes que entre los recortes en educación, sanidad, pensiones y todo lo demás, en España ya sólo queda el Estado Menor. Reducido a su mínima expresión. Y no es cosa de extenderse en temarios obsoletos.

Es ésta una fotografía muy de estos tiempos de tesorería suiza y crisis infecta en los que ya sólo los punkis y los militares lucen con orgullo chapas en la solapa. También lo hace el Monarca que, por la gracieta de Dios, porta en su sangre esa doble condición: lo mismo es rey de los punkis que de los militares, por mucho que les pese a los primeros, estirpe que sí pide probada y sacrificada trayectoria en los ritos propios de la tribu para merecer un alfiler imperdible o alguna que otra insigne condecoración.

Dijo el Rey en este acto que sus problemas de salud no son más que "una cuestión de tornillos", afortunada chanza de Su Majestad que todo el mundo parece reírle en la foto, incluso los del fondo, que seguro que no han oído nada pero ríen con sincera imitación. La verdad es que el Rey lo ha clavado, aunque el tema verse de tornillos (pues qué puede saber él, espíritu sensible, de las veleidades del bricolaje). Y su diagnóstico, como Borbón que es, vale tanto para su salud como para los problemas de España, pues no en vano, y como es sabido, fue concebido a imagen y semejanza de ésta nuestra patria.barcen

Lo de España, efectivamente, también es un asunto de tornillos. Últimamente, hemos visto muchos sueltos. Y desde el jueves, parece que, por fin, uno preso: Bárcenas. Luis, el Cabrón. El hombre de la contabilidad del partido del Gobierno, repartidor de sobres sin ser cartero, el hombre que no chantajea a Rajoy ni al PP pese a que hasta hace cuatro días le pagaban abogado, chófer y tardíos despidos simulados y en diferido.

Hay tornillos torcidos, sí, pero también nos falta alguno. Prueba de ello es la reacción que tuvimos todos, en tertulias de televisión o en bares. Ahí estuvimos, irradiando satisfacción por el encarcelamiento, como es normal, pero también cierto jolgorio por la posibilidad de que este preso modelo agarre un poco de los bajos fondos al Gobierno. Al fin y al cabo va a ser lo más parecido a una oposición real que veamos en la legislatura... Podemos decir que Bárcenas es casi un preso político.

¿Saben lo peor? Que debería consternarnos todo esto pero nos da la risa floja, como si fuéramos los Monty Python escuchando el nombre de Pijus Magnificus. A estas alturas, el despiporre al que hemos asistido es tan demoledor, las instituciones nos parecen tan ajenas, que no nos damos ni cuenta de lo grave que es acostumbrarnos a lo que está pasando, a esta prolongación de pasillos entre Génova y la prisión de Soto del Real, entre Gürteles y ministras con los hombros llenos de confeti, a los errores de Monopoly con los DNI de dos cifras, al desfalco urdangariano y a los ERE andaluces.

Pero hay más. Cuando cesen el pan (que ya lo venden con lima dentro) y el circo, nos encontraremos con que el verdadero problema de España no es una simple cuestión de golfos ni de familias obsoletas. Es la miseria y la crisis sistémica. Es el drama de un país con un modelo económico mal ideado y peor resuelto, que no genera más empleos que los que manchan de café y cerveza (antaño, también de hormigón), que no cree en la educación para salir de ésta porque no le interesa el valor añadido y sí los sueldos y las condiciones precarias para competir. Un país al que le esperan muchos años de paro según la mayoría de los informes. Y ese debate es árido y no divierte al público que somos en esta comedia. Es el debate de la maquinaria, no un simple problema de tornillos. Y nos vamos a enterar de lo que cuesta la avería.

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