El grito en el suelo

Príncipe de Montreal

Desnudo como un fraile con sombrero,
ni beato ni pagano,
tan judío, tan sabio, tan ligero,
tan Lorca y tan gitano.

No tiene club de fans ni feligreses,
cómplices sí, qué orgullo
comprobar que después de los despueses
consuela un verso suyo.

Sus odas hierven en las madrugadas
sin cielo ni entusiasmo,
sus flores para Hitler son granadas
cargadas de sarcasmo.

Su libro del anhelo contamina
tarantos y bemoles,
sus salmos huelen más a adrenalina
que muchos rock and rolles.

En Montreal ignoran que los trenes
rezuman carbonilla,
huye la inspiración y cuando viene

me pongo de rodillas.

Comparto los amores de mi primo
por los cuartos oscuros,
ahora que ya tengo otro racimo
de rimas sin futuro.

Sus baladas que curan cuando matan
me quitan el bombín,
los indignados después de Manhattan
tomaremos Berlín.

Jamás el premio príncipe de Asturias
resultó tan honrado
más cerca del ruido y de la furia
que del hipermercado.

En estas ceremonias de hojalata
da más de lo que cobra,
qué bien le sienta el traje y la corbata,
las medallas le sobran.

Canoso trovador, quién dijo miedo,
su duda es mi pasión,
las palabras de Cohen en Oviedo
son más que una canción.

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