Entre leones

La novicia y el pavo real

Que Dios nos coja confesados. Margallo se ha metido también en el jardín del País Vasco. Desde Taskent, capital de Uzbekistán, el  ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación ha replicado al lehendakari Iñigo Urkullu, que el domingo en el Aberri Eguna planteó una vía confederal para España para adaptar "la realidad política a una realidad que cambia a enorme velocidad". El político vasco, que tiene claro que lo de "una" España es una situación histórica y política superada, planteó una vía de encaje territorial muy inteligente que conecta que la reforma constitucional. Está por ver si aparcaría definitivamente las aspiraciones secesionistas del PNV. Lo dudo.

Ante el mitin de Urkullu, Margallo no ha metido la pata como acostumbra. Su verborrea ha sido, digamos, benigna. Simplemente se ha mostrado dispuesto a dialogar, en el nombre del Gobierno, dentro de la legalidad pero incluyendo a todos los territorios de España. "El Gobierno está perfectamente dispuesto a dialogar, dentro de la Ley, siempre que sea una diálogo entre todos", ha declarado en concreto. Puro Perogrullo.

Pero su intervención me lleva a plantear casi como un acto reflejo varias preguntas de Catón: ¿Qué hace un ministro de Asuntos Exteriores español replicando al presidente de una comunidad autónoma sobre una cuestión territorial? ¿Esto quiere decir que los asuntos del País Vasco son cuitas de política exterior? ¿Es este ministro el indicado para manejar un asunto de política interna?

Hasta ahora, el titular de Exteriores sólo ha cosechado fracasos en la gestión de la deriva soberanista abierta en Cataluña (y dudo muy mucho que logre mejores resultados en tierras vascas). Los puentes de diálogo que ha intentado tender, basados en una amistad casi fraternal con Duran i Lleida, a la sazón un cómodo presidente de la Comisión de Exteriores de la Cámara baja, han resultado un auténtico fiasco: el reto soberanista planteado por Mas y compañía sigue vivito y coleando tras la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) y el varapalo del Congreso de los Diputados al derecho a decidir en referéndum.

En la crisis catalana, el actor político principal que Rajoy ha sacado a escena será recordado por haber hallado un paralelismo "absoluto" entre Cataluña y Crimea. En un intento por encontrar en la UE una solución a una crisis territorial española, ha creado unas expectativas del conflicto que ojalá no se cumplan ni por asomo. ¿Está España dispuesta a asumir en Cataluña un rol similar al que Rusia ha elegido ante Ucrania? Ya sería un fracaso incluso llegar a la suspensión de la autonomía catalana. Una intervención militar en toda regla sería un desastre. La política con mayúscula, ausente hasta ahora a ambos lados de este cuadrilátero patrio, es la única alternativa para evitar un escenario casi apocalíptico.

Para colmo, la única vía política planteada por el Gobierno, la reforma de la Constitución, es una idea apadrinada por el líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, desde hace muchos meses. Hasta que Rajoy la aceptó hace unas pocas semanas en el debate sobre el referéndum catalán, el PP la rechazó de forma pertinaz por activa y por pasiva. Paradójicamente, los herederos de una Alianza Popular que votó a favor de la Carta Magna de 1978 a regañadientes, han sido hasta hace bien poco unos cruzados constitucionales formidables. ¡Ni que fuera el Santo Grial!

En cualquier caso, la campaña de las elecciones europeas parece que devolverá al PP a posiciones pretéritas o menos matizadas por pura rentabilidad electoral. La defensa de la unidad de España ante una Cataluña secesionista –y un País Vasco a la expectativa- es tan buen filón electoral que los populares no van a desaprovecharlo en su intento por ganar por una cabeza a los socialistas.

Es de esperar que después del 25 de mayo, una vez  que los partidos analicen los resultados con el máximo de realismo posible –sobre todo, el PP, el PSOE y CiU, que recibirán en las urnas un buen varapalo-, todos reaccionen en la dirección correcta. Pero, sobre todo, que el Gobierno se tome más en serio una crisis interna en la que la UE puede ayudar, pero en la que no puede ser casi la única baza frente al secesionismo. Haya o no referéndum – por la senda actual del desencuentro, tarde o temprano lo habrá por lo civil o por lo criminal-, ahora más que nunca hacen falta políticos capaces de dialogar y de poner de manifiesto lo que nos une económica, cultural y afectivamente para que la mayoría de catalanes y vascos apuesten por un proyecto de futuro llamado España, aunque sea a costa de inventar un nuevo encaje para Cataluña y el País Vasco en ella.

Para esta ardua tarea, por mucha fascinación que tenga Rajoy por el pavo real que Margallo lleva dentro, Sáenz de Santamaría parece la más indicada. Por las competencias que atesora su cargo de vicepresidenta y por su perfil dialogante, abierto y discreto, esta novicia, como la bautizaron con ánimo de ofenderla los Zaplana y compañía cuando los sustituyó al frente del grupo popular en el Congreso, tomó todos los votos políticos y es quien debe lidiar como primer espada la grave crisis territorial que sufre España. Si no, vayamos preparándonos para leer las noticias sobre Cataluña y el País Vasco en las páginas de internacional de los periódicos. Ahí, Margallo tendría barra libre para pavonearse, asumiría un protagonismo que ahora resulta incomprensible.

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