Entre leones

¡Malditos bastardos!

Malditos bastardos no es la mejor película de Quentin Tarantino aunque sea la que más recaudó tanto en EEUU como en el resto del mundo. A mí particularmente me gustan más Pulp Fiction y Django desencadenado. Pero en la ficción ucrónica de la Alemania nazi hay dos personajes, el Standartenführer Hans Landa, y el teniente norteamericano Aldo el Apache Raine, interpretados por los actores Christoph Waltz y Brad Pitt, respectivamente, que me apasionan. Encarnan dos formas muy diferentes de terror. El policía alemán, inspirado en el verdugo nazi Reinhard Hetdrich, es un sádico con cascabeles, y el militar yanqui es su contrapunto perfecto. Los dos son unos bastardos, pero uno es malo de cojones y otro una especie de vengador sin muchas sutilezas. La cruz nazi en la frente de Landa, perpetrada con una gran faca por el Apache cuan matarife, es un epílogo magnífico para la cinta, pero sobre todo es un modus operandi perfecto para aplicar metafóricamente incluso en los días que corren.

Para todos aquellos que se dedican a joderles la vida a los demás sin ningún tipo de miramiento, banqueros que se enriquecen a costa de la desgracia ajena, políticos corruptos que roban a manga ancha, empresarios que tratan a sus trabajadores como si fueran cabezas de ganado, legisladores que legislan sin perdón, poderosos que se alimentan de la sangre de los débiles, un comando dirigido por el Apache, que les metiera el miedo en el cuerpo, que les hiciera aparecer como unos bastardos, que les robara el sueño, no estaría nada mal. Pero la violencia, aunque sea de aguachirri, aunque sea un simple coscorrón, no está permitida ni siquiera alegóricamente desde que nos hicimos civilizados. Y está bien que así sea.

Carola Melero Alarcón, una esteponera de 38 años, esposa y madre de dos niñas, despedida meses atrás por medio de burofax a 5,04 euros –esa forma tan infame de comunicar malas noticias sin dar la cara- cuando estaba de baja laboral, cuando luchaba contra un cáncer de mama, justo cuando estaba recibiendo quimioterapia para salvar su vida, está sola. Ni siquiera la ley, fruto de una reforma laboral hecha para permitir este tipo de tropelías, está de su parte. El ERE, que lleva la firma de Ferrovial-Cintra, adjudicataria de la autopista de peaje Guadiaro-Estepona, es legal y el despido procedente. De poco le van a servir los doce años de servicios prestados de forma ejemplar, sin una queja, sin una baja no justificada. Si acaso, en el juicio que tiene pendiente, arrancará algunos días más por año trabajado. A la calle por ser mujer, por estar enferma, con cuatro perras mal contadas para una empresa que logró en 2013 unos beneficios netos de 727 millones de euros. Un monumento de civilidad, coño. A ver si le apañamos alguna nueva concesión como premio a su ejemplaridad.

Descartado el Apache, ante esta gente, que "son nietos de estancieros/primos de senadores/sobrinos de sobrinos/de heroicos industriales", a Carola, para lograr algo parecido a justicia en este mundo, sólo le queda recurrir al consejo que ofrece Mario Benedetti en su poema Los pitucos: "Tú déjalos pasar/son de otra raza/admíralos/toléralos/apláudelos/escúpelos/
tírales caramelos/cualquier cosa".

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