Entre leones

El relevo

La abdicación del Rey pocos días después de que las elecciones europeas dejaran en España un mapa político para salir corriendo, ha provocado todo tipo de reacciones. Pero tres resumen el sentir de la mayoría. Por un lado, los cortesanos, que hasta hace poco juraban y perjuraban que Juan Carlos no tiraría la toalla ni muerto y que aseguraban que los graves problemas de movilidad que sufría eran poco más o menos que un simple esguince, le han construido un epitafio que bien podría servir para un expediente de canonización exprés del tipo Wojtyla. Es de suponer que el monarca les corresponda con marquesados y baronías antes de coger puerta o deje el listado de leales en la carpeta de asuntos pendientes para que su hijo les dé un capotazo.

Al otro lado de cuadrilátero patrio están los republicanos, que han inundado las plazas de las principales ciudades de España reclamando un referéndum y el advenimiento de la III República. ¡Menudo momentito han elegido para exigir un cambio de régimen! Da vértigo y repelús, aunque no les falte razón: una república es más democrática que una monarquía parlamentaria se mire por donde se mire. Pero, siendo pragmáticos, más les valdría guardar todas las energías posibles para la batalla que va a suponer la reforma constitucional, que sí o sí se va a producir. Ahí, en ese escenario, es donde la izquierda se juega lo verdaderamente importante: reconstruir un Estado de derecho y un Estado de bienestar que la derecha ha dejado en los huesos.

Por último están los moderados. Preocupados por la actual deriva de España,  ven la llegada de Felipe VI como una buena oportunidad para abrir una especie de segunda Transición que desemboque en una profunda reforma de la Constitución para afrontar los próximos 50 años. Defienden, por tanto, una renovación generacional que jubile y extirpe lo viejo malo y lo putrefacto que tiene el actual régimen, que no es poco. Pero no cuestionan el régimen en sí mismo, no están en contra de la monarquía parlamentaria sin llegar a ser monárquicos.

Ni que decir tiene que los moderados han enumerado con bastante objetividad las sombras y las luces del mandato de Juan Carlos I, que están cantadas: la apuesta por la democracia y el rechazo del golpe de Estado de 1981, por un lado; y el caso Urdangarin y la cacería de elefantes, por otro. Ni ha sido un Rey intachable, como mantienen los cortesanos, ni ha sido otro Borbón felón, como proclaman los republicanos.  Ha sido un Rey que ha estado al frente de un país durante el periodo democrático más largo de su historia. Tras 40 años de franquismo, de su mano íbamos para 40 años de democracia. Y se ha tenido que marchar por una última etapa plagada de errores garrafales  y graves problemas de salud.

Por eso y a pesar de todo, le tengo ley, que decía Joaquín Sabina rapeando. Soy consciente de que en la izquierda este discurso es políticamente incorrecto, pero no puedo evitarlo: a mí personalmente me cae bien el viejo. Y no sólo le tengo respeto por haber apostado por la democracia en su momento y haberla defendido ante los golpistas, sino también cuando ha metido la pata he encontrado un asidero para mantenerle mi afecto. Me conmovió cuando se disculpó tras la cacería de elefantes. Tampoco ha estado nada mal que haya decidido irse cuando se ha dado cuenta de que su hijo Felipe le puede venir mejor a la nueva España y cuando los escándalos familiares le han debilitado más que sus numerosos pasos por el taller. En un país en el que ni dios pide disculpas, en el que ni dios dimite, el Rey, un abuelete impedido, lo ha hecho y no ha sonado impostado.

Y Felipe VI, el heredero, tiene buena pinta. Más allá de la retórica de que está preparado y otras perogrulladas, creo que el Rey en puertas destaca por su sentido común. He estado varias veces con él y me ha convencido, sobre todo en un almuerzo con periodistas en el que estuvo acompañado por Letizia. No dejó sin respuesta ni una sola pregunta –y muchas de ellas no fueron nada fáciles- y derrochó un gran poder de convicción. Es prudente y cordial. Eso sí, no llega a la campechanería que ha acompañado siempre a su padre. En eso ha salido más a su madre, que, dicho sea de paso, se ha comportado siempre de forma muy profesional, sobre todo cuando ha estado calladita y no ha aireado su fervor religioso.

De Letizia no puedo decir lo mismo. Pero es de suponer que ya se habrá dado cuenta de que no puede ir de normal por la vida cuando le interesa y refugiarse en rol de alteza real cuando le molestan. Lo lógico es que alguien se lo haya hecho ver y se deje en el baúl de princesa esos detalles de inmadurez cuando sea coronada reina.

Por lo demás, me gusta eso de que una plebeya, una sangre sucia, vaya a ser la nueva reina de España. Tiene su puntito republicano aunque a ella sólo la haya elegido su príncipe azul.

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