Entre leones

Nuevos actores

Ahora resulta que el honorable Jordi Pujol era un auténtico sinvergüenza. Con las calores del verano y los problemas judiciales de algunos de sus vástagos, el ex presidente de la Generalitat se ha visto obligado a confesar que durante 34 años ocultó la fortuna familiar en paraísos fiscales.

De político clave de la Transición –era todo un hombre de Estado o eso decían de él a diestro y siniestro- ha pasado en un suspiro a ser un anciano pirata, un gran defraudador, una piñata de dinero sucio a merced amigos y enemigos. Carme Laura Gil, ex consejera de Educación y amiga personal, ha expresado mejor que nadie la indignación que ha provocado por todas partes este veterano político catalán: "Has roto algo más que tu imagen, has destrozado la confianza y la sinceridad de tus principios y has oscurecido el sitio que te había reservado la historia".

Como era de esperar, Pujol renunció el martes a sus cargos en CDC  y a los privilegios que atesoraba como ‘ex president’: 86.000 euros, despacho, secretaria y chófer. Era lo mínimo que se despachaba tras el calado de la mangancia.

Aunque llega con la ‘crisis Pujol’ más o menos encauzada tras la renuncia, Mas se sentará hoy muy debilitado frente a Rajoy, sin apenas capacidad de interlocución.

Con todo, el gallego, con Bárcenas, la caja b del PP, los sobresueldos y demás mierdecillas de gaviota sobre sus espaldas, no le pisará la cola con la corrupción. Lo normal es que la escena del sofá de cuero blanco se reduzca a un desacuerdo frontal sobre la consulta soberanista, y un sutil sondeo del coste de una eventual marcha atrás, con el Concierto Catalán como principal moneda de cambio en el interior del padre de todos los sobres.

Del encuentro saldrá nada de nada o más de lo mismo. Mas hace tiempo que no maneja el proceso que encabeza como presidente de la Generalitat. Unió va por las esquinas gritando que está loco –Duran i Lleida se comporta como un caballo de Troya en ambos bandos-, y CDC, con la estocada ahora de Pujol, apunta a una cuesta abajo electoral inexorable.  Así las cosas, desde hace tiempo, el liderazgo secesionista está en manos de Oriol Junquera, de ERC. Y de la Asamblea Nacional de Cataluña, que es la madre y el padre de la criatura.

Rajoy tampoco está muy sobrado a estas alturas. El presidente del Gobierno, muy cómodo con la mayoría absoluta de su partido, ha adoptado una actitud excesivamente contemplativa –de gran fumador de puros- ante uno de los problemas más graves que tiene encima de la mesa la democracia española.  Si ahora ha aceptado dialogar con Mas, cuando apenas queda margen para nada, ha sido un poco a palos.

Sin embargo, en los últimos tiempos han irrumpido actores nuevos en la escena nacional que pueden ayudar a poner fin a este diálogo de sordos. El nuevo Rey, Felipe VI, está dando muchas muestras de sensatez –el código de honestidad y transparencia que ha impuesto a su familia, por ejemplo- y puede asumir el mismo papel mediador que su padre cumplió a la perfección en la Transición democrática.

En el Gobierno de Rajoy, la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, está dejando de ser un mero de cabo furrier del Ejecutivo y ha desplazado poco a poco al ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, del negociado del problema catalán. La vallisoletana puede aportar una visión y una posición más modernas, que abunden más en lo que nos une que en lo que nos separa y que no abusen del parapeto constitucional como única defensa de la unidad nacional.

Por último, al PSOE ha llegado un nuevo secretario general. Pedro Sánchez, en estas primeras horas de mandato, está demostrando que va a mandar, que tiene poco o nada de hombre de paja de Susana Díaz. Ya en la reunión con Rajoy parecía que se entrevistó con el líder de la oposición.

Y, sobre todo, el nuevo líder socialista no tiene los prejuicios de una clase dirigente que se ha olvidado de conjugar políticamente el verbo dialogar.  Ahora más que nunca hay que empezar a hablar del nuevo tiempo que hay que construir, tan importante o más que la propia Transición democrática.

Estoy convencido de que el madrileño lo hará sin exclusiones. En esa ronda se verá las caras con Oriol Junquera, un político que no ha perdido la compostura pese a ser vituperado por la jauría del nacionalismo español.

En fin, que estos nuevos actores se muevan rápidos para fraguar un nuevo pacto generacional. El objetivo es poner sobre la mesa algo más que la Legión para parar un proceso secesionista de Cataluña que, en la próxima Diada, puede convertirse en absolutamente irreversible.

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