Entre leones

Polvorillas

Más de una vez he insistido en que esto de la democracia consiste en que los ciudadanos votan lo que les da la real gana y en ese ejercicio periódico y libre se fragua la voluntad popular mayoritaria. No cabe otra en un régimen que es el menos malo de todos, pero a veces a algunos no les satisface el sentido del voto de la gente y acaban cuestionando incluso la propia cordura del personal en vez de acatar los resultados y hacer un poquito de autocrítica.

Algo de eso, como comenté en un artículo anterior, ocurrió tras las elecciones europeas con la irrupción de Podemos, que logró ni más ni menos que 1,2 millones de votos. Las críticas de algunos padres y madres de la Patria, o lo que sean, desde el minuto uno a la formación de Pablo Iglesias y compañía sólo sirvieron para consolidarla. A mí, que no me atraía demasiado el pastiche ideológico que sustentaba sus propuestas, aquellos primeros desbarres genuinamente antidemocráticos de Felipe González,  Esperanza Aguirre y otros insignes me llevaron a cogerles algo de simpatía.

Sigo pensando que Podemos tiene algo de ejército de Pancho Villa y corre el riesgo de conformarse, finalmente, con desechos de tienta de otros partidos o con miembros muy significados del sindicato de cabreados. Tampoco me gusta nada que pueda llevarse por delante a IU y que divida aún más el voto de la izquierda. Pero no dudo que es aire fresco para una ciudadanía harta de estar harta y una opción tan buena como la del resto de los partidos políticos del actual arco parlamentario. Un plato más en el menú electoral para unas elecciones municipales que el PP quiere amañar cambiando las reglas de juego para salvar las malas expectativas que tiene en feudos como Madrid y Valencia.

Algo parecido está pasando con Pedro Sánchez, que está pisando más calle que moqueta en su arranque. Después de ganar con claridad las primarias socialistas, con y sin Andalucía, la derecha está intentando reducir el efecto positivo que ha supuesto su llegada a la secretaría general socialista. El empate técnico con el PP que le dio al PSOE una encuesta de El País encendió todas las alarmas en el Gobierno, que pulsó de inmediato el botón de ‘Houston, tenemos un problema’. Desde entonces, sus medios afines, que son casi todos, y sus tertulianos organizados, que suelen ser todos menos la ‘cuota coartada’ utilizada para dar una pátina de objetividad, se han puesto manos a la obra para reducir el ‘efecto Sánchez’ antes de que se vea las caras con Rajoy en el Parlamento. La comparación puede resultar demoledora para el presidente del Gobierno, cuya valoración ciudadana, por mucho que se pasee con Merkel por el camino de Santiago y se ponga tibio de mariscos, es casi subterránea. Y ya está bueno lo bueno: la jauría, aún bronceada, ya ha tomado posiciones en las trincheras mediáticas.

A esta tarea de desgaste se ha sumado -en algunos casos con cierto entusiasmo- el madinismo irredento, que no acaba de digerir la derrota de Edu y que sigue escondido tras la mata. Esta tropa, que sangra por la herida, no pierde oportunidad para intentar desacreditar a Pedro Sánchez en público y en privado cuando apenas si tiene material objetivo para evaluarlo.

La supuesta tutela de Susana Díaz es el argumento de descrédito contra Sánchez más recurrente para susurrarlo por los callejones y los digitales. ¡Como si la presidenta de la Junta no supiera que quien manda, manda, y eso no lo cambia ni Dios! Ella lo aprendió pronto. O si no, que le pregunten a Griñán. ¡Como si la lideresa andaluza no tuviera bastante con el marrón de los ERE y los cursos de formación! A Baleares va a descansar, que Andalucía resulta sumamente estresante en estos días que corren.

Tanta es la impaciencia de estos titiriteros que ni siquiera son capaces de otorgarle a su nuevo secretario general los cien días de confianza de rigor. Actúan como portavoces no reconocidos del político vasco, que ya jugó a algo parecido cuando en el tramo final de la campaña de las primarias se vio sorprendido por la ‘guerra sucia’  de dosieres de chichinabo contra Pedro Sánchez. ¡Pobre, Edu, sin enterarse de lo que hacía su mano izquierda!

Pero ellos prefieren el ridículo político supino que representan sus opiniones sesgadas y precipitadas, cercanas al desvarío, antes que aceptar el veredicto de la militancia socialista, esperar su oportunidad para ejercer la necesaria autocrítica y conformar una alternativa de nuevas ocurrencias si pueden. Debe ser que beben de la misma soberbia de las élites y las castas, esas que pacen con carné socialista en vigor en consejos de administración de empresas del Ibex 35 y se entienden divinamente con los peperos, sobre todo en Telefónica, y por eso tantas prisas, por eso están tan neurasténicos. Polvorillas, en mi pueblo los llaman polvorillas.

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