Entre leones

Persecución turística

En cualquier país del mundo con una democracia mínimamente asentada, la lideresa del PP de Madrid, Esperanza Aguirre, estaría desde hace tiempo dedicándose a sus asesorías y a sus nietos. En cualquier caso, estaría en el redondo de la calle, fuera de la primera línea política.

Ese es el precio que pagaría cualquier representante político, ya sea cargo público o no, en un país serio después de ser multado por aparcar en el carril bus de la Gran Vía madrileña, de largarse llevándose por delante una moto de los agentes de Movilidad de Madrid y de protagonizar una persecución policial por el centro de la capital.

Eso sin olvidar sus declaraciones posteriores, que, como suele ser habitual en esta chulapona, abundaron en algo que ella y los suyos nunca permitirían a otros: saltarse a la torera a la autoridad. Hasta que alguien le sugirió que adoptara el modo perdón, la señora vistió de limpio a los municipales.

Pero durante el incidente y los desvaríos posteriores de ‘mantella y no enmendalla’ no sólo vulneró el sacrosanto principio de autoridad, sino también se llevó por delante el orden y la seguridad públicas que los agentes garantizan, tal como destaca la Audiencia Provincial de Madrid en la sentencia que le imputa un presunto delito de desobediencia por pasarse por el forro de los pantalones a los municipales.

Como he dicho en otras ocasiones, si cualquier desgraciado repite la jugada acaba esposado y con más de una cachetada por resistencia a la autoridad, y durmiendo una noche en el calabozo municipal. Y, por supuesto, con un juez predispuesto a darle un rejonazo rápido en el ratito del procedimiento abreviado para defender el principio de autoridad.

Sin embargo, Esperanza Aguirre ha transformado el ‘día fatídico’ del 3 de abril de 2014 en un espectáculo mediático, en casi su primer acto de precampaña para convertirse en la candidata del PP a la alcaldía capitalina. Cristina Cifuentes, la molona delegada del Gobierno en Madrid, va a tener que ordena, con carácter de urgencia, nuevas cargas policiales con pelotas y botes de humo y un porrón de detenidos para meterse en la pelea electoral.

Rodeada de periodistas, policías y curiosos, en una convocatoria más propia de un bodorrio, la lideresa adelantó que pediría perdón al señor juez, que, hasta que la Audiencia Provincial de Madrid le enmendó la planta, se decantó por considerar el asunto una falta sin más y pelillos a la mar.

E incluso bromeó cuando los periodistas la abordaron en la puerta de los juzgados: "Por favor, en la calle no, que ya tengo bastante con el carril bus". No era para menos que echar unas risas. Después de la irrupción Rodríguez Menéndez, que quiere ejercer como acusación particular –el juez ha dado ya traslado a la Fiscalía-, Espe tiene claro que su caso se ha tornado en un esperpento, en una broma, en una mamarrachada. Ya más de un medio amigo tiró por ahí cuando se conoció la aparición en escena del ínclito abogado.

Con este fichaje de última hora, que se sumaría a la acción popular que ejerce Transparencia y Justicia y que Dios sabe quién lo paga y qué persigue –sed de Justicia con mayúscula, posiblemente-, la lideresa se huele que lo suyo o se archiva o acaba en una simple falta.

Bien pensado, a ver quién es el guapito que se va a tomar en serio a partir de ahora una causa en la que Rodríguez Menéndez ha querido meter las narices. Una estrategia de defensa más de que acusación, digna de elogio.

En fin, nada de nada, como cuando el ‘tamayazo’. Es decir, en el peor de los casos, Espe tendrá que pagar 1.000 eurines de multa, y rezar 14 padrenuestros y 18 avemarías en la iglesia de la esquina para lograr el perdón divino, que también cuenta lo suyo. Y a la tele a pontificar sobre la importancia de la educación vial en un nuevo Madrid tan fluido que no necesitará del carril bus.

Pero tampoco es descartable el archivo, porque, como es sabido, los policías madrileños no siempre saben hacer buen uso del principio de autoridad. Pero, sobre todo, no procesan como Dios manda el ‘usted no sabe con quién está hablando’, y no aprecian una persecución turística guiada entre Gran Vía y Malasaña.

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