Entre leones

La clausura de la crisis

Si a Franco le gustaba inaugurar pantanos, a Rajoy lo que le mola de verdad es clausurar crisis.

Después de asegurar no hace mucho que los brotes verdes tenían ya una raíces profundas –clausura oficiosa-, el presidente del Gobierno, rodeado por el presidente de la patronal, Joan Rosell, y el de Telefónica, César Alierta, se lió la manta a la cabeza y dio por clausurada oficialmente la crisis.

"En muchos aspectos- dijo casi improvisando-, la crisis es historia del pasado y estas Navidades van a ser las primeras de la recuperación".

Y se explicó: "La recuperación económica y social ya se vive en los mostradores de los pequeños negocios o en los pedidos a los proveedores, en las barras de las cafeterías o en las mesas de los restaurantes, o en las nóminas de muchos españoles y en el interior de los hogares".

Ante una recuperación económica que todavía no tira suficientemente del empleo ni en cantidad ni en calidad, Rajoy podría haber sido algo más prudente, sobre todo si tenemos en cuenta que nuestros principales socios –Alemania, Francia e Italia- están instalados en un estancamiento económico que siembra importantes incertidumbres sobre nuestra propia recuperación, que ya de por sí no está para tirar muchos cohetes.

Dando por muerta y enterrada esta crisis, el presidente del Gobierno pecó de optimista y de voluntarista.

Quizá lo haya sido por eso de que hay que ayudar al consumo para que tire algo más del PIB, o quizá tenga que ver con la urgente necesidad que tiene el PP de sacar algo de pecho después del hundimiento que señalan las últimas encuestas, o quizá estemos ante un plan de reactivación de la imagen del propio Rajoy, que está entre los políticos peor valorados de España, y así, sin apenas credibilidad, es difícil ejercer la autoridad y hacerse creer y obedecer.

Cabe recordar que el sondeo de El País sitúa al PP como tercera fuerza política en intención de voto, a siete puntos del PSOE y a cinco de Podemos. Y, en casi todas las encuestas del último año, Rajoy está entre los que no reciben ni agua de los españoles.

En cuanto a los argumentos que esgrime para clausurar estos siete años largos de ruina, pues sinceramente no acabo yo de ver esa alegría en bares y restaurantes, ni en los mostradores de las pequeñas empresas, ni en los pedidos que reciben a diario los proveedores, ni en los salarios de la mayoría de los trabajadores, ni en el interior de los hogares.

Es más, creo que con este chute de optimismo que Rajoy pretende inyectar al sistema solo va a lograr cabrear aún más a la mayoría de los españoles, que sigue pasándolas canutas.

O eso se deduce de los datos ofrecidos por la Agencia Tributaria de 2013: de los 16,6 millones de asalariados, el 21,4% (3,6 millones) no superó los 322,5 euros mensuales, el 34% (5,7 millones) apenas recibió un salario máximo de 645 euros, y el 46,4% (7,7 millones) no alcanzó los 1.000 euros. A esto hay que añadir los 4,5 millones de parados.

En un año después, esa foto fija sigue siendo salarialmente la misma. Casi cuatro de cada diez nuevos contratos realizados en 2014, tanto indefinidos como temporales, eran por horas y contienen un alto grado de precariedad.

Y, por tanto, todo esto es un invento de tomo y lomo, un desvarío de época, una fantasía de ayer y hoy de Mariano Rajoy Brey. "La recuperación económica y social en las nóminas" es mucho peor que una ocurrencia, es una mentira.

Durante la crisis, los recortes salariales han llegado en muchos casos hasta el 30%. La caída del 2% que fija la OCDE no se la cree ni quien inventó la estadística.

Sin ir muy lejos, el tajo salarial a los tres millones de funcionarios –el 17,8% de los asalariados- que trabajan en todas las administraciones públicas osciló durante la crisis entre el 25 y el 30%. Como resulta fácil de entender, a todos estos la clausura de la crisis les debe parecer una milonga más de este tanguista disfrazado de presidente del Gobierno.

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