Entre leones

Perro caducado

Algunos veteranos periodistas del Congreso de los Diputados que conocieron al actual ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, en sus tiempos mozos de la UCD, están sorprendidos por su evolución política. De navegar en aguas calmas y centristas de la mano de Adolfo Suárez ha pasado a faenar en mares turbulentos y extremos con Mariano Rajoy.

Sobre todo con Gibraltar, que, emulando al ministro Fernando María Castiella, ha querido convertir, con poco éxito, en la piedra angular de la política exterior del actual Gobierno de España.

Y lo hizo desde antes de tomar posesión de su cargo, cuando ya lanzó a un europarlamentario británico, medio en broma, medio en serio, el grito de guerra patriótico "¡Gibraltar, español!". Y no dudó en situar, ya con sus posaderas en Santa Cruz, a Castiella como "el mejor ministro de Exteriores en el asunto de Gibraltar de toda la historia de España". ¿Se imaginan a Guido Westerwelle reivindicando la figura de un ministro de Exteriores de Hitler, de Von Ribbentrop, por ejemplo?

Con estas credenciales, que no son más guerreras que diplomáticas, se lanzó a la conquista de Gibraltar, con la excusa de combatir el contrabando de tabaco, el fraude fiscal y otros ilícitos, perturbando la libre circulación de personas -30.000 gibraltareños y 10.000 trabajadores españoles- y de mercancías, uno de los pilares básicos de la UE.

(Resulta curioso que, cuando era diputado de la UCD por Melilla, llegó a defender que la única salida económica posible para esta ciudad autónoma y para Ceuta era la conversión de ambas en paraísos fiscales).

Sobre unos bloques de hormigón que lanzó Gibraltar hace dos veranos para construir un arrecife artificial similar a los 130 que hay en el litoral español –la CE lo validó posteriormente-, Margallo levantó una cortina de humo que le sirvió al PP para tapar el caso Bárcenas y otras corruptelas en tiempos de sequía informativa.

Pero el tiempo de este perro de Alcibíades ya ha caducado. De entrada, el dispositivo policial montado en la frontera de Gibraltar, ideado para matar moscas a cañonazos, solo está sirviendo para convertir las costas campogibraltareñas en un coladero para los narcotraficantes, que están encantados con la concentración de agentes en la Verja.

Y, sobre todo, porque el ministro principal de Gibraltar, Fabian Picardo, ha demostrado en su última comparecencia en Madrid que no tiene nada que ver con la caricatura que Exteriores ha dibujado durante estos años de él y de su pueblo.

Cuando alguien se muestra respetuoso, humilde, simpático, inteligente y razonable y cumple con la normativa de la UE, resulta difícil tacharlo de "radical gibraltareño, peligroso y antiespañol".

Cuando alguien es capaz de utilizar el pasado y el presente sólo para contextualizar y enciende las luces largas para dibujar un futuro basado en la cooperación y las políticas de buena vecindad, no se puede dudar de su voluntad de diálogo.

Cuando alguien logra superar el bloqueo que el propio Margallo intentó personalmente al abortar inicialmente la comparecencia prevista en Nueva Economía Fórum –ahora tendrá que explicar en sede parlamentaria qué le dijo al presidente de este foro para que suspendiera la cita–, no se le puede ningunear situándolo como un simple alcalde de un pueblo de 30.000 habitantes al que resulta fácil intimidar.

Los tiempos de Gibraltar, cortina de humo, han caducado. Posiblemente, la soberbia no le permita a Margallo reconocerlo –sus declaraciones patrioteras empiezan a sonar a derrotes- y a intentar otra política o, al menos, aparcar la actual para evitar el ridículo.

Pero a la Junta de Andalucía, en manos de un Gobierno socialista homónimo al de Gibraltar –Picardo dejó claro que es socialista ante las insistentes preguntas sobre Podemos- no puede ser ajena a esta evidencia y está obligada a ponerse de una vez por todas del lado, al menos, de los trabajadores campogibraltareños, que en los círculos de Exteriores del PP importan más bien poco por eso de que "no nos votan".

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