Entre leones

Ilegales

El 11 de enero de 2006, 25 de los 69 inmigrantes clandestinos que cruzaron la frontera entre Haití y la República Dominicana murieron asfixiados a bordo de una furgoneta herméticamente cerrada.

Cruzaron por el paso fronterizo que separa Ouanaminthe de Dejabón, al norte de la isla La Española. Dejaron atrás el Infierno en la Tierra con la esperanza de engrosar en el millón largo de haitianos que por entonces vivían y trabajaban clandestinamente en la República Dominicana, y solo hallaron una muerte espantosa.

Acostumbrado a los movimientos migratorios en el Estrecho de Gibraltar, que suponen un tránsito del Tercer al Primer Mundo, me interesé por la peculiaridad de este fenómeno haitiano-dominicano.

Eso me llevó hasta la zona, donde compartí una semana con los cascos azules españoles de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH) en Fort Liberté, a poco más de 30 kilómetros de la frontera.

Nada más cruzar el río Masacre, que separa en esta zona Haití de la República Dominicana y que tomó su nombre de la matanza de 30.000 haitianos que ordenó en 1937 el sanguinario dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, empecé a entender.

En el Dajabón dominicano, la civilización bullía por todas partes. Era una ciudad algo destartalada, con infraestructuras mil veces parcheadas. Pero inmersa en un trajín de cierta normalidad donde cualquier occidental se reconocía tomando una Coca-Cola bajo un tenderete de chapón.

Fue cruzar a Ouanaminthe y me adentré en un mundo de una pobreza africana extrema, en pleno Caribe. En plena frontera, mil fritangas nutrían un ejército de porteadores que hacían un viaje de ida y vuelta cargado de urgencias y de bienes de primerísima necesidad.

Las moscas, en un escampado cercano al río, devoraban en vivo y en directo a un jamelgo que era puro hueso. Era una especie de metáfora de Haití, que, según la leyenda, vendió su alma al Diablo.

En una semana muy intensa, que me cambió para siempre, comprendí que el vudú no era sino la única alternativa a una sanidad pública inexistente –los médicos cubanos combatían más la incultura que las enfermedades-, vi cómo las tropas españolas liberaban a una bellísima joven de color azabache, con grilletes en pies y manos, esclavizada por esclavos, me conmoví al contemplar cómo cientos de jóvenes haitianos acudían a leer a la luz de los focos exteriores del campamento Miguel de Cervantes.

Pero sobre todo descubrí que la pobreza de solemnidad estaba detrás de este movimiento migratorio tan peculiar, que llevaba a los haitianos a huir de sus hogares para buscar refugio en un país del Tercer Mundo como si fuera la tierra prometida.

La pobreza, con sus aliños de matanzas tribales, hambrunas sin compasión, sequías sin gota de esperanza y guerras interminables, está detrás de casi todos los movimientos migratorios que conocemos.

Esa pobreza, agravada por guerras más petroleras que humanitarias, es la que empujó a 700 o a un millar de subsaharianos a embarcarse en una lata de sardinas hasta encontrar la muerte frente a las costas libias.

Todo hace indicar que la Comisión Europea responderá redoblando la vigilancia en la zona y repatriando inmigrantes. Para el Alto Comisionado de la ONU, esta forma de proceder revela una actitud xenófoba en la UE ante "algunos de los inmigrantes más vulnerables del planeta".

A mi juicio se queda corto en su calificativo. Más allá de que las mafias vinculadas a la inmigración clandestinas tengan gran parte de culpa en este tipo de tragedias, son nuestros mandatarios los principales responsables de ellas.

Son ellos los que han sumido en la más absoluta de las miserias a los países subsaharianos esquilmándoles el futuro y ahora levantan muros infranqueables para que sus víctimas, nuestras víctimas, no puedan venir a pedirnos cuentas.

Son ellos los que no quieren entender que, con la Declaración Universal de Derechos Humanos en la mano, todos esos seres humanos -tan humanos como nosotros- que hemos dejado en la cuneta de la historia tienen todo el derecho legal y moral para exigirnos responsabilidades por nuestra inhumanidad manifiesta.

Así las cosas, por mucho que nuestros dirigentes se esfuercen en frenarlos, ahogarlos, deportarlos o masacrarlos, vendrán. Está en el ADN de nuestra especie, una especie que se hará mestiza, mulata, híbrida, cruzada, mixta, heterogénea, mezclada, combinada y atravesada hasta que el hombre recupere su verdadera humanidad y nunca más pueda ser tachado de ilegal.

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