Entre leones

Más rodeada que Custer en Little Big Horn

Es verdad que Ana Botella pasará a la historia como la primera mujer que fue alcaldesa de Madrid. Pero también es cierto que no formará parte del top ten de los mejores alcaldes de la capital de España ni por asomo.

Entró por la gatera tras la dimisión de Alberto Ruiz-Gallardón, que se integró en el Gobierno de Rajoy en 2011 huyendo de su propio despilfarro, con la única credencial política de ser la mujer de José María Aznar.

Le tocó gestionar una deuda en más 7.000 millones de euros que le dejó como única herencia su faraónico antecesor. En plena etapa de recortes, su gestión no ha sido ni buena ni mala, sino todo lo contrario.

Pero bajo su mandato, Madrid ha mostrado un puntito de decadencia –sucia a más no poder, contaminada sin remedio, sin el esplendor cultural de antaño, centralista hasta rozar la antipatía- que ha puesto en peligro este bastión electoral del PP.

Por todo eso, Botella tuvo que tirar la toalla antes de que alguien de Génova la lanzara por ella desde el rincón del cuadrilátero electoral de las puñaladas traperas. Un claro ‘me voy antes de que me echen’.

A empujones y avalada por las encuestas, Esperanza Aguirre, que dejó años atrás la Presidencia de la Comunidad de Madrid alegando una dolencia personal que coincidió con la degradación moral de una gran parte de su Gobierno, ha ocupado el puesto de Botella: con todo el dolor de su corazón, Rajoy la colocó como cabeza de cartel del PP a las elecciones municipales de Madrid.

Y ahí está. A cuatro días de los comicios, las encuestas le sitúan como la más votada, por delante de Ahora Madrid, PSOE y Ciudadanos. Necesitará pactar, pero es la que tiene más opciones de convertirse en la próxima alcaldesa de Madrid.

Es verdad que la ciudadanía puede votar siempre a quien le dé la gana. ¡Faltaría más! Y la democracia tiene estas cosas, la gente vota y el resultado no siempre coincide con las expectativas de uno. Ahí reside el primer mandamiento del buen demócrata: en aceptar sin rechistar la voluntad popular.

Pero me resulta muy sorprendente que Esperanza Aguirre pueda recibir el apoyo mayoritario de los madrileños después de todo lo que ha pasado. Si finalmente fuera así, sería señal de que el deterioro moral de la clase política ha alcanzado las playas de una gran parte de la ciudadanía madrileña.

Rodeada de sinvergüenzas, implicados hasta el tuétano en los casos Gürtel, Púnica y unos cuantos procedimientos judiciales más, Esperanza Aguirre ha salido indemne, sin ningún rasguño, a pesar de estar más rodeada que el general Custer en Little Big Horn. ¿Convencería a Caballo Loco de que la culpa no era de ella sino de todo el 7º de Caballería de la Comunidad de Madrid y por eso se marchó de rositas?

El caso es que Esperanza Aguirre sigue vivita y coleando y sacando pecho contra la corrupción, aunque el otro día, en esas tertulias de Telemadrid diseñadas por la lideresa del PP, Carmona le dio hasta en el carné de identidad y no petó de soberbia de milagro.

Y cuando la cogen infraganti, como ocurrió en la Gran Vía madrileña, pues se da a la fuga. Para cualquier desgraciado, el incidente de tráfico que protagonizó, cuan una experta especialista cinematográfica, se hubiera saldado con algún guantazo sin querer, una noche de camastro en el calabozo y una ruina en toda regla. Para ella, una falta de nada, y cuando pase algún tiempo, seguro que le imponen la Medalla Purpurada al Conductor Ejemplar.

En fin, lo dicho, puestos a elegir me quedo con Botella. Una pena, penita pena que no se presente. Guatemala siempre será mejor que el Madrid que propone Esperanza Aguirre.

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