Entre leones

Pierde la UE, ganan los euroescépticos

Después del no rotundo de los griegos a las políticas austericidas de la UE, la mayoría de los análisis se han centrado en el día después desde la perspectiva económica.

En este sentido, casi todos los expertos coinciden en que urge estabilizar el sistema bancario para poner fin al corralito griego. Para ello, resulta imprescindible que Grecia vuelva a acceder al Banco Central Europeo (BCE) para que los cajeros dispongan de nuevo de liquidez.

Con todo, a pesar del pesimismo que trasladaron muchos de los dirigentes europeos –especialmente dramáticos han sido los alemanes-, todo hace indicar que, finalmente, habrá un acuerdo, que pasa indefectiblemente por una quita que permita a Grecia evitar la bancarrota que muchos preveían y salir así del profundo pozo donde se encuentra e iniciar la senda de la recuperación.

Antes del referéndum, hasta el propio Fondo Monetario Internacional (FMI) admitió esa posibilidad. No podemos olvidar que Alemania, tras la II Guerra Mundial, inició su fulgurante reconstrucción sobre una quita de los aliados.

Aunque desde esa misma perspectiva económica, Tsipras es el malo de la película –sigo pensando que estaba mandatado por el pueblo griego para decirle a la UE no sin necesidad de recurrir al referéndum-, en términos políticos y democráticos, el primer ministro griego es el gran vencedor de esta grave crisis de la Eurozona.

Los países del Sur de Europa, que son los que más han sufrido esta crisis sistémica, están más que hartos de este nuevo despotismo ilustrado que ha impuesto Alemania con la ayuda del FMI y el BCE y que ha traído un bestial empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras.

La Europa de los acreedores, que se pusieron las botas en los años de bonanza gracias a gobiernos corruptos e irresponsables a los que aliñaron convenientemente para que siguieran endeudando a sus pueblos, ha dado paso en Grecia a la Europa de los europeos.

Son ellos los que tienen que decidir qué Europa quieren y no los banqueros.

Sin ellos, la UE queda reducida a un ejército de 60.000 burócratas –muy bien pagados, por cierto- que poco o nada tiene que ver con el sueño europeo que surgió tras las dos grandes guerras mundiales.

Sin embargo, este triunfo de la democracia tiene un pero importante. En a río revuelto ganancia de pescadores, el primer ministro británico, David Cameron, que busca un ajuste fino para salvar los muebles en el referéndum sobre la continuidad del Reino Unido en la UE que pretende convocar en 2016, va a utilizarlo para meter más palos en la rueda de la Europa comunitaria.

Ante una UE mastodóntica que ha fracasado en Grecia, Cameron buscará otra de tamaño más reducido, con menor aportación de los países miembros, para alejarla aún más de la unión política que debió fraguarse antes de la unión monetaria. Hete ahí el gran error de los arquitectos comunitarios.

En definitiva, el despotismo ilustrado del austericidio ha generado tanta desafección hacia la UE –lo que ha pasado en Grecia es un claro botón de muestra- que, al final, solo va a lograr abonar el empedrado europeo para los euroescépticos.

Para muchos europeos, la UE va a quedar como una mala madre, insolidaria y antipática. Para otros, como una manirrota despilfarradora.

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