Entre leones

Hijos de p...

Cuando José Mourinho, Mou, llegó al Real Madrid me convertí en un aficionado madridista de baja intensidad. Durante los tres años que anduvo por el Bernabéu viví con desasosiego, algo de vergüenza y poco interés el devenir del equipo merengue. Los pocos títulos que logró apenas si los festejé y casi me alegré de que no alcanzara la final de la Champions.

Todo porque Mou representa para mí todos los valores que no debe reunir un entrenador del Madrid. La competitividad que inoculó a sus jugadores era rayana en el juego sucio, y demolió el señorío que el conjunto de Bernabéu construyó a lo largo de su historia centenaria. Con Mou, el Madrid no sabía ni perder ni ganar.

Cuando le metió el dedo en el ojo de Tito Vilanova, segundo entonces de Pep Guardiola, casi deserté. Si al menos ese acto de gamberrismo casi infantil lo hubiera dirigido hacia el primer entrenador del Barça, ¿no?

Pero, sobre todo, me convertí en un antimou militante por representar el técnico portugués los valores de esos jefes que van de supereficientes gracias al miedo, que no la autoridad vinculada a la credibilidad y al respeto, que provocan entre los suyos.

Sin ánimos de ofender, Mou formaba parte de esos jefes que cumplen objetivos a hierro a costa de fustigar con el látigo a sus trabajadores. Era el number one como técnico, pero como persona pública era una calamidad. Estaba entre esos jefes que son muy buenos para la empresa, pero unos auténticos hijos de p... para los trabajadores.

Cuando se marchó respiré aliviado. Ancelotti restituyó gran parte de los valores del madridismo, y Benítez puede acabar la tarea si lo dejan trabajar sin el cortoplacismo de Florentino Pérez.

Son, en definitiva, dos técnicos exigentes pero con formas más humanas. Para ellos, el fútbol es eso, fútbol, y no un desembarco permanente en las playas de Normandía.

De Mou me siguen llegando señales de que no ha cambiado. Con el Chelsea gana de nuevo títulos y continúa sembrando polémicas por donde pasa. A Benítez, por ejemplo, lo ha llamado gordo en forma de consejo a su señora esposa.

La última la ha tenido con la médico del Chelsea, Eva Carneiro, a quien llamó "hija de p..." por cumplir con su trabajo al atender una indicación del árbitro para que entrara en el terreno de juego para atender a un jugador.

Carneiro, pionera en un deporte donde las mujeres apenas tienen sitio, debió responderle como aquel viejo periodista a quien un lector llamó por teléfono para insultarle: "No se creería usted que era el único "hijo de p...", ¿no?"

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