Entre leones

El tancredismo de Rajoy

Las elecciones catalanas del pasado domingo han arrojado un resultado alto y claro: los independentistas las ganaron por mayoría absoluta –Junts pel Sí y la CUP están cuatro escaños por encima de ella-, pero perdieron el plebiscito –por casi seis puntos- que les hubiera llevado a reclamar de forma inmediata un referéndum sobre la secesión o a proclamar la independencia directamente.

La hoja de ruta de Artur Mas y Oriol Junqueras hacia la independencia se ralentizará, pero no está muerta ni enterrada.

Es verdad que el primero tendrá difícil lograr la investidura en la primera votación del nuevo Parlament por la negativa de la CUP a respaldarle, pero finalmente lo logrará por mayoría simple o buscará un títere que garantice la continuidad de la cosa.

No es menos cierto también que los resultados no avalan el adiós España, pero los votos logrados por Mas y compañía son más que suficientes para mantener viva la llama del disparate nacionalista, para dejar en carne viva la cicatriz de la división de la sociedad catalana en dos grandes bloques y para prolongar la grave crisis territorial que sufre España.

Por su parte, las fuerzas unionistas aguantaron gracias a Ciudadanos, que se convirtió en el primer partido de la oposición y en el gran vencedor de la noche, y al PSC, que superó con cierto éxito las escisiones internas y la polarización de la campaña. La marca catalana de Podemos no cumplió expectativas –quizás eran demasiado altas tras los numerosos desbarres de sus alcaldes-, y el PP se dio un batacazo en toda regla. Unió se quedó fuera del Parlament por los deméritos cosechados por Duran i Lleida, que ya no se podrá quitar nunca el tufillo pepero.

Lo que sorprende en el día después es el inmovilismo del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que no quiere enterarse de que aún es posible reconducir la situación si pulsa el ‘modo político’ y deja atrás el tancredismo con el que ha gestionado esta crisis.

Esto significa que Rajoy no asumirá errores, salvo algún problema de comunicación, claro. Pero hagámoslo por él, a ver si recapacita milagrosamente.

La campaña del miedo que ha capitaneado solo ha servido para darle alas a los independentistas. Ha sido tan desproporcionada y disparatada que ha conseguido el efecto contrario que perseguía.

La elección de propio García Albiol como cabeza de lista tampoco ha sido muy acertada. En los tiempos que corren, en los que hasta el Papa defiende en el mismísimo Congreso de los EEUU a los inmigrantes y en plena crisis de los refugiados sirios, un político xenófobo no era la mejor de las opciones por muy español de Badalona que fuera.

Tampoco ha estado muy fino Rajoy convirtiendo al ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, en el portavoz del Gobierno para el problema catalán. Enviarlo a debatir con el líder de ERC, Oriol Junqueras, en plena campaña electoral fue la apoteosis de una miopía política irreversible.

Ante tantos tiros en el pie, Ciudadanos le ha cogido la vez en el territorio centro-derecha catalán, y el PSC se ha recuperado y está en disposición de darle el último empujón a Pedro Sánchez para que en diciembre se convierta en el nuevo inquilino del palacio de La Moncloa.

Pero dicen que ya no hay tiempo y que Rajoy quiere presentarse a los comicios generales a lomos de un PP como "único garante de la unidad de España" e intentar rentabilizar electoralmente en el resto de España su sobreactuación infructuosa en Cataluña.

Desde ese patriotismo visceral que el PP viste de constitucional, la unidad de España está más en peligro que nunca por el tancredismo de Rajoy. Urgen elecciones ya para mandarlo por tabaco.

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