Entre leones

El efecto Iceta

Desde que Miguel Iceta se lanzó a bailar en plena campaña de las pasadas elecciones catalanes, mover el esqueleto en política no estaba en el guión de las buenas prácticas de un cargo público.

Cualquier incursión de los políticos en el mundo del espectáculo en general, cualquier alarde de exhibicionismo más allá de las cuatro esquinas del partido o del Parlamento, era severamente criticada por la ortodoxia mediática, que solo les otorga a nuestros próceres y sucedáneos el don de la palabra y poco más en esos territorios tan inhóspitos.

A Pedro Sánchez, por ejemplo, cuando se exhibió haciendo deportes de riesgos con Calleja o lanzando canastas con Motos lo pusieron a caer de un burro hasta algunos de los suyos. Decían que era poco serio que un líder político nacional navegara por esos mares tan alejados de la mediocridad parlamentaria o partidista.

A Rajoy, sin embargo, le han perdonado la vida cada vez que se ha calzado las zapatillas y se ha embutido en un chándal y se ha arrancado a correr sin prisas, sin ninguna prisa, que ya se sabe que correr es de cobardes, por los mismos parajes gallegos en los que Franco pescaba esas truchas enormes de piscifactoría, previamente seleccionadas y hábilmente colocadas en el anzuelo por un secretario de los Santos Inocentes.

Pero mira por dónde, Iceta ha roto esa especie de tabú cuando se ha lanzado a bailar en el remate de los mítines ante el propio Pedro Sánchez, que le siguió con poco entusiasmo al principio y como un miembro más del ballet después, cuando se dio cuenta de que un hábil movimiento de cadera podía ayudarle a salvar los muebles en Cataluña. Y así ha sido.

Iceta, que hasta entonces aparecía como hombre gris, del aparato de toda la vida del PSC, se convirtió en un tipo que podía incluso llegar a ser president de la Generalitat catalana. Hasta con Hollande lo llegaron a comparar en alguna de esas tertulias interminables.

De hecho, el baile con pluma de Iceta -dicho sea con todo el respeto, pero haberla, hayla- será más recordado dentro de unos años que el empeño de Mas por largarse de España con Cataluña bajo el brazo.

Y en la próxima campaña electoral superará a buen seguro en peticiones socialistas por todo el territorio nacional a la mismísima baronesa Susana Díaz, que se está desinflando a medida que le atraganta la mata del perejil parlamentario. Y bailar no es lo suyo: demasiado sobrepeso por culpa de ser la guardiana permanente de la centralidad y de la llave del dos.

Tanto recorrido está teniendo el baile de Iceta –no estaría mal que patentara unos pasos para sacarse unas pelas para el partido- que hasta en el PP, tan serios, tan eficientes, tan recatados, tan patriotas, se han lanzado a bailar cuan vulgares perroflautas.

La primera en tirarse al ruedo ha sido la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, que dio espectáculo en El Hormiguero. ¡Pero podres colabores suyos de Moncloa! ¡Las horas que habrán estado liados con ella hasta que, oxidada por tanto trabajo burocrático, se ha aprendido de memoria los dichosos pasos!

En fin, todo sea por poner una cara algo más amable que los ajustes y los recortes, todo sea por parar como sea la que se les viene encima con Ciudadanos, que, de entrada, los ha puesto a bailar.

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