Entre leones

A propósito de Irene

La decisión del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, de incluir a Irene Lozano en la lista de Madrid para las elecciones legislativas del 20-D ha provocado una tormenta política en las filas socialistas.

El presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, exigió a la ya ex diputada de UPyD que pidiera perdón por haber sido el azote de los socialistas en la legislatura que está apunto de expirar.

El secretario de Organización del PSOE andaluz, Juan Cornejo, se ausentó –por indicación de su jefa de filas, Susana Díaz- de la votación del Comité Federal de Listas al entender que no podía votar a Irene Lozano por haber insultado a Andalucía y a los socialistas en su acción parlamentaria.

Las trayectorias de Fernández Vara y Cornejo los avalan como buenos políticos. Pero no siempre fueron socialistas. El presidente extremeño inició su carrera política en Alianza Popular, un partido que, en sus inicios, despedía un tufillo filofranquista que echaba para atrás. Y el número dos del PSOE, hasta el 23 de agosto de 1986 formó parte de una plataforma ciudadana contra la segregación de Benalup en su pueblo natal, Medina Sidonia, que era el azote del PSOE.

Nadie de la dirección les ha exigido nunca que pidieran perdón por su pasado. Ni falta que hacía.

Desde la restauración democrática, el PSOE ha llevado numerosos independientes en sus filas. Felipe González ganó las elecciones de 1993 gracias a incorporar al juez Baltasar Garzón y a varios independientes más para intentar trasladar una cierta determinación contra la corrupción.

A Garzón y compañía tampoco nadie del aparato les exigió ni siquiera unas disculpas. Ni falta que hacía.

Entre 1999 y 2001, Joaquín Almunia y José Luis Rodríguez Zapatero integraron en el PSOE a la mayoría de los miembros del Partido Democrático de la Nueva Izquierda, que habían formado parte de Izquierda Unida y participado activamente de la ofensiva de Anguita por tierra, mar y aire contra los socialistas.

Tampoco nadie de la dirección exigió a Diego López Garrido, Cristina Almeida y Mercedes Gallizo, entre otros, un gesto de arrepentimiento. Ni falta que hacía.

En Andalucía, el 23 de abril de 2009, Rosa Aguilar, militante de IU, dejó la Alcaldía de Córdoba y se integró en el Gobierno andaluz presidido por José Antonio Griñán como consejera independiente de Obras Públicas y Vivienda. Y el 21 de octubre de 2011, todavía como independiente, aterrizó en el Gobierno de Rodríguez Zapatero como ministra de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino. Y el 17 de junio de 2015, Susana Díaz, actual presidenta de la Junta de Andalucía, le entregó la Consejería de Cultura del actual Gobierno andaluz con apenas un año de militancia socialista.

Nadie de las direcciones regional y federal del PSOE, incluidos Griñán, Rodríguez Zapatero y Susana Díaz, le pidieron nunca a Rosa Aguilar que se disculpara por haber sido uno de los mayores azotes socialistas desde la restauración democrática. Ella fue la que le colocó al mismísimo Felipe González la X de los GAL, entre otras muchas acusaciones y descalificaciones de brocha gorda.

Como en el resto de los casos, no hacía falta que mostraran arrepentimiento ni pidieran perdón porque la integración en las filas socialistas en sí mismo conllevaba eso y mucho más.

Algo por el estilo debería ocurrir con Irene Lozano, fichada como número cuatro en la lista de Madrid por Pedro Sánchez como un guiño al electorado centrista que Ciudadanos quiere llevarse al huerto el 20-D y como parte de una regeneración democrática y apertura a la sociedad sin carné que el PSOE debe acometer para intentar ganar las elecciones.

Pero no, Lozano resulta un agravió insuperable, por encima de Garzón y Rosa Aguilar, porque puede ayudar a Pedro Sánchez a ganar las elecciones, y eso es inaceptable para los conspiradores que están a la espera de que se estrelle para decapitarlo la misma noche electoral.

Y me temo muy mucho que también es una afrenta extraordinaria porque muchos de los reproches que lanzó como diputada de UPyD a los socialistas estaban cargados de razón. Curiosamente es ahí donde esta política puede ayudar más al PSOE, que ha acumulado millones de deserciones desde ZP para acá por su tibieza ante la corrupción y por un enchufismo que no cesa, principalmente. Esas prácticas son las que molestan a militantes y votantes socialistas, y no la incorporación de "esa señora".

En fin, una decisión más acertada de Pedro Sánchez. Mejor para él y para el PSOE, aunque parezca que es peor para él y para el PSOE ante tanto desgarro de vestiduras.

Además de ganarse el centro con este fichaje, el líder del PSOE ha conseguido que la sobreactuación de Susana Díaz –incluidas las cenas en casa de ZP- ante esta y otras decisiones suyas aumente la corriente de simpatía entre la ciudadanía de izquierdas, que, como puso de manifiesto la última encuesta del CIS, está satisfecha con los pactos de izquierdas en ayuntamientos y autonomías que Pedro Sánchez propició sin temblarle el pulso y en solitario, y a contramano de los intereses del Ibex 35 y sus mariachis.

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