Entre leones

Los federales

Felipe González, que estuvo 23 años al frente del PSOE -14 de ellos simultaneando el puesto de secretario general con el de presidente del Gobierno-, siempre ha contado que lo que peor llevaba eran los Comités Federales.

Allí le decían las verdades del barquero incluso al propio Felipe González, el number one, dios hecho socialista en el lenguaje orgánico que utilizaban los dirigentes del PSOE de la época.

Las discusiones eran intensas y muy duras, sobre todo entre 1982 y 1996, cuando el PSOE y Felipe gobernaron España.

Pero a la vez había mucha lealtad sobre lo que representaba el PSOE y mucho respeto a la figura del secretario general, que era ni más ni menos que el heredero de Pablo Iglesias. Y también había mucha discreción. Digamos que los federales eran unos federales como dios manda.

Durante la etapa de ZP, los Comités Federales se convirtieron en casi una broma. Tras desaparecer la discreción, el debate interno, por temor a que fuera radiado casi íntegramente, se convirtió en una sucesión de discursos más laudatorios que críticos. Así hasta la masacre final, que se produjo aquel fatídico mayo de 2010 cuando ZP hundió al PSOE por el bien de España sin que el Comité Federal de la época dijera ni pío.

Eran tiempos en los que Pepiño Blanco controlaba el pulso de la organización a golpe de telefonazo y filtración interesada. Por cierto, eso de filtrar lo debe llevar en el ADN, porque aún hoy hace sus pinitos a propósito de la supuesta ofensiva por cielo, mar y tierra de los barones contra Pedro Sánchez.

En fin, todo muy burdo, como lo suyo en la gasolinera de Lugo. Pero nadie dudaba de la unidad del partido.

Con Pedro Sánchez, que intentó recuperar los valores que imperaron durante el felipismo, los Comités Federales, sin embargo, se han convertido en un recinto de mala baba, donde abunda más la sed de venganza que la voluntad de ejercer la crítica constructiva.

En el último Comité Federal, por ejemplo, mientras se iban sucediendo las intervenciones, hubo un intento, capitaneado por los socialistas andaluces, de eliminar –o al menos debilitar- al secretario general con una simple recogida de firmas que resultó un auténtico fiasco.

Todo muy taifa para configurar un espectáculo lamentable de puñaladas traperas. Y de cada barón meando en su esquina territorial mientras defiende la unidad de España y olé y el advenimiento de Susana Díaz como La Salvaora.

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