Entre leones

Máster de presidente

El líder del PSOE tiene que emplearse de nuevo a tope este fin de semana para que la militancia ratifique el acuerdo de legislatura que suscribió con el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, de cara a su investidura.

El Comité Federal del PSOE, que a punto ha estado de amotinarse en dos ocasiones, con la lideresa andaluza al frente de los barones sediciosos, le marcó tantas líneas rojas que, al final, solo cabía un acuerdo con Ciudadanos.

Y Podemos, con las propuestas imposibles de Pablo Iglesias, que desde el arranque optó por la chulería para ponérselo imposible al líder del PSOE, también ha favorecido el acuerdo con Ciudadanos.

El mismo PSOE que se lo puso difícil en el Comité Federal se rasga ahora las vestiduras por la presunta supresión de las diputaciones provinciales. En Andalucía, donde hay una cierta barra libre para criticar al secretario general del PSOE por lo que sea, varios presidentes de diputaciones, con el bueno de Paco Reyes (Jaén) a la cabeza, han anunciado en público o en privado que votarán en contra del acuerdo.

Mientras tanto, Susana Díaz se instala de nuevo en la más absoluta ambigüedad. Ahora sí quiere que Pedro Sánchez sea presidente del Gobierno, pero aún no ha pedido a la militancia que vote a favor del acuerdo PSOE-Ciudadanos.

En cualquier caso, a nadie se le escapa que ella, que no da puntada sin hilo, será la principal responsable de los resultados en Andalucía, ¿no?

Por cierto, las diputaciones provinciales debieron desaparecer con el advenimiento del Estado Autonómico. Es verdad que en muchas provincias han sido muy importantes para las poblaciones de menos de 20.000 habitantes. Pero no es menos cierto que son sinónimo de un clientelismo político vomitivo.

En cuanto a Podemos, pues Pablo Iglesias no ha querido en ningún momento alcanzar un acuerdo ni de gobierno ni de legislatura con Sánchez.

Su arranque reclamando una vicepresidencia con todos los aliños de poder –solo le faltó exigir el NO-DO y el Ministerio del Tiempo- era toda una declaración de intenciones. Y su ninguneo chulesco hacia el propio líder del PSOE era ya para mandarlo por tabaco directamente.

A mí personalmente, tanta arrogancia, tanta superioridad intelectual y tanta prepotencia, me dio una tufarada de majareta. Pero seguramente estaré equivocado y estamos ante la reencarnación de Antonio Gramsci.

Con todo, Podemos, que se levantó de la mesa de negociación con el PSOE arrastrando a IU y a Compromís por el acuerdo de los socialistas con Ciudadanos, tiene la semana que viene toda una papeleta.

Si vota que no a la investidura de Sánchez en las dos rondas, reeditará la pinza que en los noventa protagonizaron en Andalucía el PP e IU.

Y de camino dejará herido de muerte el acuerdo que alcanzó con los socialistas tras las elecciones municipales y autonómicas que favoreció la elección de alcaldes y presidentes autonómicos de izquierdas.

Por último, a Iglesias tampoco le resultará fácil convencer a gran parte de su electorado de que en esta intentona de acuerdo los cargos han pesado más que el programa.

Por mucho que ahora aireen la agenda social para marcar diferencias con el PSOE, la vicepresidencia de Iglesias la llevarán como una especie de estigma, como una prueba irrefutable de su incapacidad manifiesta para dialogar y pactar con otras fuerzas políticos los cambios que necesita España.

En definitiva, casi desde el minuto uno, Pedro Sánchez tendrá que seguir remando a tope, pedaleando en modo sprint, corriendo como alma que lleva el Diablo contra propios y extraños.

Lo suyo no es un máster para presidir el Gobierno de España; es un máster para presidir el Gobierno americano. Por lo menos.

 

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