Entre leones

Anita

De aquellos días de junio de 1936, cuando saltó el Movimiento, Anita recuerda que su padre, un agricultor socialista sin tierras pero con mujer –una comadrona muy beata- y cinco hijos, tiró carretera y manta y se escondió con toda la familia en una cortijada abandonada camino de la serranía de Ronda.

Desde el pajar, por apenas una rendija, vio pasar a los moros como espectros infernales que robaban, violaban y mataban en nombre de la Patria.

En su infancia, ayudaba en las tareas domésticas a su madre y llevaba casi a diario la comida a su padre y a sus hermanos, que trabajaban de sol a sol unas tierras arrendadas a las afueras de Guadiaro (Cádiz), río arriba.

En esos años, los boniatos, una olla de boniatos, siempre una olla enorme de boniatos, eran casi plato único en una postguerra marcada por menús de hambre.

Pese a que sus jornadas eran agotadoras, Anita aprendió a leer y a escribir. Aunque contaba con los dedos, sabía las cuatro reglas.

Con apenas 18 años, Anita, menudita pero muy guapa, se casó con un soldado de la provincia de Jaén de raíces comunistas y con pinta de actor de Hollywood, y a los nueve meses exactos se convirtió en madre.

Tuvo tres hijos más, los dos últimos superados los 40 años como parte de un tratamiento contra la depresión prescrito por su ginecólogo. "Anita, traiga usted familia si quiere dejar atrás esa tirantez en la cara que le atormenta cada vez que se mira al espejo", le dijo a quemarropa.

Con su marido, superada las depresiones y dos abortos, Anita montó una tienda de comestibles, frutas y verduras que arruinó de tanto fiar y regalar.

Tan mala fue la racha que la familia tuvo que emigrar a Valencia. Pero la morriña pudo con Anita, que en apenas un año convenció a su marido de que "aquí no se nos ha perdido nada".

Él, enamorado de ella hasta las trancas, claudicó y cambió un próspero trabajo en una fábrica en Picassent (Valencia) por el de expendedor en una gasolinera a las afueras de San Roque.

Como todas las mujeres de su generación, practicó la alta cocina sin saberlo. Sus papas con carne en amarillo eran de una estrella Michelín, y su gazpachuelo con un poco de limón era para cantarle una saeta.

Anita era manirrota, pero nunca pudo serlo del todo porque la familia estaba siempre a la quinta pregunta. Y era muy organizada dentro de un desorden proverbial.

A las puertas de la primavera, Ana Bermúdez González, Anita Bezares, murió a la edad de 87 años en Guadiaro. Pocos antes, a uno de sus hijos le pidió con un hilo de voz: "Cómprame un poquito de pescado y unos pañuelitos".

Descansa en paz, vieja. Te ganaste el cielo a pulso, te ganaste una eternidad junto Juan José, el amor de tu vida.

 

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