Entre leones

Podemos tras el cólico

Cuando irrumpió Podemos lo acogí con simpatías. La crisis salpicada de corrupción había dejado en pelota picada al PP y al PSOE.

Iglesias, Errejón, Monedero y compañía no representaban una alternativa, pero eran un buen puñetazo en la mesa, un huracán de aire fresco, un jaque mate a un sistema que estaba rebosante de detritus democrático, un ‘váyase usted a la mierda’ contra todos los mangantes vitaminados.

A medida que Podemos fue cogiendo cuerpo electoral fui cambiando mi percepción sobre esta fuerza de tocapelotas emergentes.

En las elecciones europeas presentó las credenciales con una inesperada representación y me dije: "Bien, muy bien".  Después, en las municipales y autonómicas, tocó pelo y me dije: "¡Joooder!". Y, finalmente, en las legislativas, casi le da el ‘sorpasso’ al PSOE: "¡Uyyyy!".

Aunque siempre le faltó un puntito de madurez por la propensión al postureo y a la política espectáculo de sus principales dirigentes, pensé que con 70 diputados entre pecho y espalda se pondrían manos a la obra cuanto antes y se dejarían de jugar a las casitas y a los muñequitos.

Es decir, que utilizarían ese pequeño ejército de Pacho Villa para empezar a cambiar las cosas desde el minuto uno.

Por eso, no me cabía ningún tipo de duda de que se sumarían a cualquier fuerza democrática que pudiera mandar por tabaco al PP y a Mariano Rajoy. E iniciar conjuntamente la demolición de los cuatro años de recortes que protagonizaron los peperos.

La lista de agresiones a la mayoría de los españoles es larga, pero destacaría una reforma laboral que redujo salarios e indemnizaciones para mayor gloria del empresariado español, una ley mordaza antidemocrática que les devolvió aquella calle que Manuel Fraga proclamó en sus años mozos como "suya" y una nueva ley de Costas para alicatar las playas.

En fin, que había faena para no perder el tiempo. Pero mira por dónde Iglesias se enredó con el manual básico de Juego de Tronos y se pidió una vicepresidencia y un vagón lleno de ministerios para sus colegas.

Y continuó el desbarre metiéndose en un jardín llenito de cal viva, reivindicando a Julio Anguita y apuñalando a Errejón sin vaselina.

Con la Semana Santa encima y tras un cólico nefrítico estalinista y malage, Iglesias tiene todavía la oportunidad de apuntarse al Gobierno reformista y progresista que necesita este país y empezar a reconstruir la decencia.

Si no lo hace, si se empeña en priorizar el ‘derecho a decidir’ en Cataluña y el País Vasco en vez de arrimar ya el hombro para dinamitar la reforma laboral, solo logrará que desde el Ibex-35 le acaben regalando las obras completas de Juego de Tronos por manso.

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