Entre leones

El miedo y el Coloso de Rodas

Bien saben quienes me conocen que soy un periodista poco dado al corporativismo, sobre todo en el plano profesional; en el laboral, siempre me he posicionado frente a los editores que prescinden de periodistas veteranos para contratar y explotar a las nuevas generaciones de plumillas. En esa batalla siempre estuve y estaré apostado en la trinchera sindical que representan CCOO, UGT y otros sindicatos de izquierdas.

En la Transición, el periodismo se ejerció con algo de heroísmo. La mayoría de los profesionales de la información, ávidos de libertad, derrocharon entusiasmo y profesionalidad y fueron clave en la consolidación democrática.

Se hizo buen periodismo en unos medios de comunicación gobernados por entonces por periodistas. De hecho, atraído por ese periodismo, llegué a principios de los ochenta a la Universidad Complutense de Madrid, a la Facultad de Ciencias de la Información (después volveré sobre la Complu).

Pero esa época dorada pasó a mejor vida a finales de noventa, cuando los medios de comunicación cayeron en manos de los contables.

Tal como dijo más de una vez Kapuscinski, los contables, con un discurso más economicista que periodístico, se adueñaron de los medios, desalojaron a los periodistas y obligaron a los nuevos periodistas a cavar trincheras para ejercer el oficio.

Durante estos años de crisis, la situación ha empeorado más si cabe. A golpe de ERE, los últimos de esa generación fueron despedidos y subsisten como pueden esperando la edad de jubilación.

Y las trincheras, claro, se han generalizado, y los contables venden de tapadillo hasta los breves de los periódicos al mejor postor.

La dependencia de los anunciantes, sobre todo administraciones públicas y de los bancos y grandes empresas, ha calado en los contenidos hasta convertirlos, en demasiadas ocasiones, en publirreportajes. Ya se sabe, quien paga, manda.

Así las cosas, hay periódicos, antaño serios, ahora caricaturas de lo que fueron, cuyos titulares de portada no se corresponden con la información de las páginas interiores con demasiada frecuencia. En fin, los políticos del taco –taco de dinero público- titulando directamente, ¿no?

Dicho todo esto, me gustaría para rematar el artículo volviendo a la Universidad Complutense. El pasado jueves, en la presentación de un libro de la Facultad de Filosofía, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, se pegó una columpiada con los periodistas en general y con un chaval de El Mundo, Álvaro Carvajal, en particular.

La crítica que lanzó a los medios de comunicación me pareció legítima. Es cierto que la mayoría de ellos, situados en el centro-derecha, son críticos y muy críticos con Podemos, y con demasiada frecuencia con poco fundamento, con el fundamento de los contables.

Pero otra cosa muy diferente es el vacile que se marcó con los periodistas a sabiendas de que los responsables son los que son.

Cuando dijo que percibía miedo entre los periodistas, se me revolvieron las tripas. Por un momento, volví a mis años de dinamitero. Pero me acordé de Benedetti, de cómo recomendaba tratar a los pitucos, y solo se me encendió la mecha de la risa. Vi a Pablo Iglesias disfrazado de payaso y al público de Filosofía entregado a sus payasadas. Siempre he defendido que el circo debía entrar por la puerta grande en la universidad. Por fin. Jajaja. ¡Enhorabuena, Pablo!

Menos gracia me hizo la deriva personal y laboral del asunto. Como en el ataque a Álvaro Carvajal haya mediado una confidencia y al chaval lo pongan de patitas en la calle, por Marcelino Camacho y su jersey de cuello alto que me planto en Magistratura y denuncio a Pablo Iglesias por bocazas, por chivatillo.

¿Miedo? Como decía Pepe Sacristán, viejo camarada, el miedo me lo paso yo por donde el Coloso de Rodas se pasaba los barcos.

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