Entre leones

Los jóvenes y el régimen del 78

Cuando murió Franco el 20-N de 1975 no hubo luto en mi casa. El anuncio de Arias Navarro de la muerte del dictador lo asocio a un llanto colectivo de alegría y al descorche de un Paternina.

Un año después arrancó la democracia tras hacerse el harakiri las Cortes franquistas al aprobar la Ley para la Reforma Política.

Así las cosas, siendo aún un chavalote, me lancé a saborear desde el minuto uno la democracia, lo que hoy se llama despectivamente el régimen de 1978.

Comunistilla de corazón, revolucionario de salón, me embarqué como mi primo Paco Bermúdez, taxista-leninista, en una turné política por todos los mítines del PCE. Recuerdo que me emocioné especialmente en uno celebrado en la plaza de toros de San Roque con los cantes de Manuel Gerena. Escuché, por supuesto, a Ignacio Gallego, primo hermano de mi padre, a Marcelino Camacho, a Santiago Carrillo, a Paco Delito, a mi querido Felipe Alcaraz....

Aquello era respirar libertad por cielo, mar y tierra. Para un adolescente, la libertad sexual, sin ningún género de dudas, era lo más atractivo.

A medida que las instituciones democráticas se fueron consolidando, los tiesos del mundo unidos fuimos sacando cabeza tras 40 años pagando a diario haber perdido la guerra.

En mi caso, como hijo de un expendedor de gasolinas (así se denominaba el oficio de mi padre en los formularios oficiales), la democracia me trajo una beca salario que permitió a un cateto ilustrado como yo estudiar Periodismo en Madrid.

En mi pueblo, por ejemplo, con la llegada de la democracia, se acabaron las chozas y empezó el asfaltado de calles.

Como ustedes comprenderán, hasta ahí no tengo quejas del régimen del 78. A la mayoría nos fue mejor que con Franco.

Es verdad que después de tanta mangancia vitaminada, tanto despilfarro, tanto nepotismo y tantos ismos chungos, aquella democracia que articuló una nueva España está de capa caída, y necesita algo más que chapa y pintura.

Pero la deriva soberanista de Cataluña –con el País Vasco a las puertas- no es la prueba más evidente de que España necesita actores nuevos y una reforma constitucional profunda para mantenerse unida.

Hay otra más clara y cierta: a las nuevas generaciones no les faltan razones para querer romper con el futuro de mierda que les hemos preparado, y no saben o no quieren valorar lo mucho de bueno que trajo la restauración democrática.

Lo que sí saben es que vivirán peor que nosotros, mucho peor aunque están más preparados.

Para la mayoría, el régimen del 78, con sus sucesivas reformas laborales y continuos ajustes de tuerca para llenarles los bolsillos a los mismos, ha derivado en un sistema legal de explotación, con salarios por debajo del mínimo interprofesional, con una semiesclavitud consagrada en los contratos de formación, con una condena a salir corriendo de España para poder vivir dignamente.

Esa desafección de las nuevas generaciones es una salsa que está en todos los descontentos, incluido el catalán.

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