Entre leones

La esquina

A la vuelta de la esquina, los españoles volveremos a votar para elegir a nuestros representantes municipales. En mayo se habrán cubierto los cuatro años preceptivos de mandato.

Parece que fue ayer cuando Manuela Carmena, al frente de Podemos y gracias al apoyo del PSOE, logró arrebatarle la alcaldía al PP y a Esperanza Aguirre.

Desde el minuto uno, un aire fresco recorrió todas y cada una de las calles de la capital de España. El Madrid casposo creado por los populares a golpe de chanchullos fue dejando paso al Madrid sin mangar del nuevo equipo de gobierno. La Puerta de Alcalá, oculta tras la contaminación y las corruptelas, ahí estaba de nuevo.

Nada más que por botarlos mereció la pena votarla.

Pero hay varios peros. La puesta en marcha de Madrid Central, avanzadilla de un Madrid con menos coches que la mayoría de los ciudadanos apoyamos, se debió poner en marcha mucho antes y de forma más radical, sin complejos.

Que a estas alturas se plantee un nuevo retraso por no contar aún con el apoyo de una parte del PSOE es un fracaso, un fracaso político por no saber amarrar las cuestiones importantes.

Pero la tacha más grande del equipo de Carmena es la limpieza. Madrid, ciudad sucia por antonomasia casi desde su fundación, está igual o más sucia que hace cuatro años.

Visto lo visto, más que en servicios de limpieza, los munícipes deberían invertir en hechiceros especializados en invocar la lluvia, en devotos expertos en rosarios a la Virgen de la Cueva. Dos o tres días de lluvias es como un plan que choque, y siempre se les puede pedir actuaciones barrio a barrio.

Si no llueve, Madrid resulta pestilente; más en verano que en invierno.

Es verdad que en determinados barrios, como el de Salamanca y otros que se me escapan, parece que estás en otra ciudad. Limpios como una patena.

Pero en la inmensa mayoría los chorros del oro que prometía la delegada municipal de Limpieza, Inés Sabanés, son puro espejismo. Ni oro del que cagó el moro.

En mi barrio, Chamberí, zona Gaztambide, hay una esquina, entre Alberto Aguilera y Andrés Mellado, que, en poco tiempo, incumplirá todos los parámetros de la OMS, y ni los cascos azules de la ONU, vacunados casi contra todo y contra todos, pondrán adentrarse entre los tres y cuatro contendores sin riesgos severos para su salud.

Son contenedores de papel, cartón y vidrio, pero entre ellos han quedado espacios suficientes para que los seres humanos (humanos y humanas) hagan todo tipo de alivios, sobre todo de aguas menores.

Es tan vomitivo el olor que desprende la esquina que algo debería hacer el equipo de gobierno y lo digo sin acritud, casi como hacía Gila con esas indirectas tan directas que lanzaba a sus enemigos hasta acorralarlos de risa.

Es evidente que la castración y la infibulación no son opciones civilizadas, aunque a veces, en caliente, cuando los ves a plena luz del día meando entre los contenedores, te entran ganas de firmar un decreto-ley.

Pues busquemos otras alternativas. ¿Por qué no se multa a estos gamberros meones con cuantías mayores? ¿Por qué no se persiguen estas acciones incívicas con más mala hostia, sin buenismos ni gaitas?

Por ejemplo, en vez cantidades que van de los 145 a los 751 euros –así están ahora las micciones-, elevemos la tirada a los 2.000 euros, y a quienes no puedan pagarlos, pues se les imponen servicios a la sociedad.

Se me ocurre que preferentemente podrían vigilar de día y de noche esas esquinas como la mía donde gente como ellos se mea encima de todos nosotros.

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