Entre leones

A un cuarto de hora del baúl de los recuerdos

Desde que Podemos pusiera los dos pies en la política nacional con 1,2 millones de votos y cinco escaños en las elecciones europeas de 2014, los dueños del taco en España no han parado de darle cuerda a Rivera y a Ciudadanos para que actúen como cortafuego contra la reedición del comunismo internacional que representan para ellos Pablo Iglesias y los suyos.

Antes de que Pedro Sánchez alcanzara Moncloa, justo tras la victoria electoral de Inés Arrimadas en Cataluña, los sondeos pagados colocaban a Rivera como el inminente presidente del Gobierno.

Era el más valorado, el más votado, el más solicitado, el más inteligente, el más alto, el más guapo, el más y mejor orador. Era mitad Adolfo Suárez, mitad Felipe González, con un toque de lince. A Aznar, que es mitad hiena, mitad demonio de Tastamia, con un toque de cobra de Filipinas, le gustaba más que los suyos del PP. Hasta que llegó Casado, claro, que es mitad caradura, mitad robaperas, con toque de naranja agria, y el amigo de las Azores lo adoptó para convertirlo en un malo de película.

A lo que iba, con la bandera del liberalismo progresista y el socialismo democrático, Rivera era el hombre de centro por antonomasia.

Era el yerno perfecto para la suegra española.

Pero todo empezó a cambiar. Primero se quedó sin Moncloa tras conseguir Pedro Sánchez una alianza con Unidos Podemos, nacionalistas e independentistas. Echaba espuma por la boca y las orejas al ver que el clamor popular para elevarlo a los altares había bajado muchos decibelios.

Y, tras el acuerdo con PP y Vox en Andalucía, que ha puesto a la ciudadana Marta Bosquet en la presidencia del Parlamento andaluz, el yerno perfecto se está empezando a convertir en el cuñado coñazo, mitad facha, mitad lo-que-haga-falta, con una pizca de mamporrero.

Y donde había liberalismo progresista y socialismo democrático, apenas si queda oportunismo y traición a las convicciones democráticas más elementales, tal como le ha reprochado el ex primer ministro francés, Manuel Valls, socio incómodo de los naranjitos en el asalto a la alcaldía de Barcelona. Eso sí, pese a cabreo ideológico, el francocatalán continuará con la alianza con el lado oscuro de la fuerza. Este gabacho barcelonés tiene más cara que espalda, o quizás más espalda que cara. Habría que medir las dimensiones de ambas para poder acertar.

Rivera, desde luego, anda sobrado de cara y cortito de vergüenza.

Quien está también chungaleti es Susana Díaz, que, pese al batacazo electoral en Andalucía, sigue aferrada al sillón de la secretaría general del PSOE andaluz. Ahora, por lo visto, a la espera de que Pedro Sánchez se la pegue en los comicios de mayo, sea superdomingo o un vulgar domingo cualquiera. Ella siempre leal, sobre todo leal.

Por eso y por muchas más, ya le señalan la puerta y calle hasta los que no hace mucho la encumbraban como mujer de Estado, mitad Margaret Thatcher, mitad Eva Perón, con un toque de Golda Meir.

Hasta Lambán, que llegó a decir de ella que era "una trianera tocada por los dioses del socialismo y de la política", se cuestiona estos días aquella lealtad perruna. ¡No guau, no guau!, se le escucha rezar a la Pilarica.

En fin, hace apenas tres años, en un Comité Federal del PSOE, Susana Díaz le puso a Pedro Sánchez unas condiciones imposibles para que pudiera protagonizar el cambio en España. ¡No puedes ni sentarte a hablar con ellos!, le dijo.

PP, Ciudadanos y Vox, embarcados en un proyecto de derechas sin complejos, no han tenido tantos escrúpulos y han abierto las puertas del cambio en Andalucía.

Y han demostrado de camino el error político que cometió aquel Comité Federal del PSOE cuando se plegó a los intereses de la misma derecha –con Vox aún dentro del PP- que han situado a Susana Díaz a un cuarto de hora de ingresar, por deméritos propios, en el baúl de los recuerdos del socialismo democrático español.

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