Entre leones

¿Se les caerá la cara de vergüenza?

Debe ser por la edad, pero últimamente estoy volviéndome muy miedoso; siento miedo por mi mujer, mis hijos y los pocos pero grandes amigos que me quedan –cada vez menos-.

Pero también siento el mismo terror por mis cantautores favoritos y sus canciones con más antigüedad.

Lógicamente, me refiero a Serrat, Sabina, Miguel Ríos, Víctor Manuel, Ana Belén, Luis Eduardo Aute, Luis Pastor y etc. Desde que se me murió Carlos Cano, de la Habanera de Cádiz apenas me queda un susurro. Después se fueron Labordeta y con él casi no Somos, y Krahe se llevó a Marieta con nocturnidad y alevosía.

Entre silencio y silencio, Félix Grande comparaba el ocaso de la vida con un campo de minas, donde a diestro y siniestro caían familiares, amigos y conocidos... hasta que le tocaba a uno, claro. Pues eso.

Yo para proteger a los míos y a mis cantautores rezo todos los días a los santos laicos que me voy encontrando.

Por ahora, mi preferido es Genarín, borracho, feo, malhablado y mujeriego, a quien procesionan en Semana Santa en un Vía Crucis irreverente desde 1929 en León.

Yo le canto un cuplé y un pasodoble de los Cubatas y le ofrendo media botella de Solear de La Manzanilla con unas aceitunas malagueñas. Por ahora va tirando bien.

Sabina, que era quien me tenía más preocupado, está para jugar. Juanjo Téllez, de los pocos incondicionales que me quedan, me contó que estuvo con él este verano en Rota y que está divino. Estoy convencido que Genarín lo tiene bajo vigilancia especial; algo así como un ángel de la guarda y una pareja de la guardia civil.

Se preguntarán ustedes por qué este culto obsesivo a estas alturas. Pues muy sencillo, todos ellos son la conexión con nuestros padres, que, como pondrán suponer, cayeron en el campo de minas que nos descubrió Félix Grande.

Mi padre trabajó en el campo y en una gasolinera de noche. Sí, nuestros padres, los que sufrieron la Guerra y la posguerra, eran albañiles, encofradores, camiones, mineros, fontaneros, aspirantes a bancarios, porteros, electricistas, lavacoches, chicos de los recados, camareros, cocineros, botones, auxiliares, mamporreros, jardineros, peluqueros, arrieros...

Eran pobres o muy pobres, y tenían hambre acumulada de siglos.

Venían de pueblos pequeños y humildes o de barrios de barro del quinto mundo de la periferia de las grandes ciudades, a donde llegaron huyendo del hambre y de la derrota.

Aprendieron oficios trabajando como aprendices y sacaron a sus familias adelante pluriempleados y explotados por los franquistas, por los estraperlistas, por los señoritos, por la camarilla de hipoputas que se enriquecieron con la sangre de los caninos...

Nuestros padres fueron los que pusieron las bases de esta Transición que trajo la democracia y permitió a sus hijos poder ir a la Universidad.

A mi padre le gustaban muchos todos estos cantautores y sus coplas. Pero había canciones que le llenaban los ojos de lágrimas. Andaluces de Jaén, de Serrat, por el terruño: era de Villarrodrigo, cerca de Albacete. En la Planta 14, de Víctor Manuel, por los cojones de los mineros. Y Te recuerdo Amanda, de Víctor Jara, por puro amor a su mujer, a todas las mujeres trabajadoras.

Por eso también rezo por los cantautores. Aspiro a que antes de finales de septiembre, en un recodo del camino, puedan cantarles alto y claro y a coro estos cantares a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias.

Y ver si se les cae la cara de vergüenza y reaccionan o siguen a su bola camino de unas nuevas elecciones para disgusto de hasta nuestros muertos.

 

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