Entre leones

Ni un suspiro de poeta en el Consejo de Ministros

Con la política pasa como con el fútbol, cada españolito tiene su propio Consejo de Ministros.

Pero en este último caso es Pedro Sánchez, investido presidente del Gobierno el pasado 7 de enero, quien ha eligido su equipo ministerial, a excepción hecha de la cuota de Unidas Podemos que ha sido designada por el vicepresidente Pablo Iglesias.

Quien la lleva, la entiende. Y confío -siempre he confiado- en Pedro Sánchez; yo diría que mucho más que algunos miembros muy significados de su recientemente constituido gabinete.

Creo que, en este periodo tan frentista que vivimos, con el problema catalán más enconado que nunca y con la extrema derecha campando a sus anchas, el madrileño puede ser el presidente del Gobierno que ponga las bases para que Cataluña recupere la normalidad democrática y salga de la vía muerta del procés unilateral. Y que sea quien devuelva a la extrema derecha y a sus postulados racistas, xenófobos, machistas, franquista y homófobos a la irrelevancia y a las cloacas.

Y quien, en definitiva, tenga la valentía de hacer la política que demanda el siglo XXI, sin prejuicios ni complejos, en todos los frentes.

Dicho esto, no me gusta mucho el carácter tecnócrata del Gobierno que ha nombrado directamente Pedro Sánchez; me refiero a los supuestamente socialistas, incluido el de Seguridad Social, José Luis Escribá.

Con todo, en este negociado, aparte del propio presidente, a quien apoyaré incluso cuando le vengan mal dadas, salvaría a Margarita Robles, el miembro más sólido gramo a gramo del Gobierno, a la vicepresidenta Teresa Ribera, comprometida hasta las trancas de verdad con el medio ambiente y la humanidad y con un punto de ternura que la hace más grande, y a Fernando Grande-Marlaska, que lo ha bordado en Interior y que ha demostrado unas dotes políticas que ni sus amigos le presuponían; y no está loco,

Tampoco me disgustan Pedro Duque, que otorga un puntito romántico interestelar a las alfombras del poder hasta hacerlas voladoras, y la nueva ministra de Política Territorial y Función Pública, Carolina Darias; no sé, esa mujer tiene mucha energía positiva y una gran determinación por ponernos a todos de acuerdo.

De la cuota podemita, me gustan sobre todo Pablo Iglesias, Alberto Garzón y Manuel Castells. Y prometo, juro o canto una saeta si es necesario que no es machismo-leninismo.

Teniendo en cuenta que conforman la llamada área social, que es la que a mí personalmente me interesa más como votante de izquierdas, les deseo todos los éxitos del mundo en el intento por reequilibrar esta España donde los más pobres son cada vez más pobres y los más ricos, más ricos.

En definitiva, tal como he dicho, en casa Sánchez hay demasiados contables y tecnócratas con la lección aprendida para hacer política cartesiana en un país donde dos más dos nunca han sido cuatro y donde nada es lo que parece. Las grandes doctrinas neoliberales de sus mochilas, con el libre comercio por encima de las personas, se parecen demasiado a las del PP. Y eso es chungo, muy chungo.

Puede que sea pura melancolía, pero el Gobierno que alumbró Pedro Sánchez en junio de 2018 era políticamente más sólido y traía bajo el brazo mucha más ilusión y superávit de esperanza.

Y hasta nos regaló un poeta –en verdad es novelista, pero no deja de ser un poeta, ¿no?- como Màxim Huerta, aunque duró desgraciadamente apenas unos versos, devorado por los hombres que no aman la literatura.

Ahora -y eso en verdad es lo que me jode- ni un suspiro de poeta en el Consejo de Ministros.

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