Entre leones

El Rey y las derechas

Aunque les costó sustituir el aguilucho franquista por el escudo monárquico una apoplejía colectiva, la derecha se ha apropiado de la bandera de España a medida que se ha consolidado la democracia.

La rojigualda, más allá del entusiasmo deportivo que a todo nos ha alcanzado, la sienten por los cuatro costados solo ellos; bueno, y el ministro José Luis Ábalos, que prometió su cargo ministerial con la enseña nacional en la solapa.

Quizás sea la única forma de arrebatarle al facherío algo que es de todos los españoles, ¿no? Con dos pelotas, sin complejos y sin crucifijo ni leche frita.

Y ahora, que ya son más constitucionalista que nadie e incluso apoyan el divorcio, se han propuesto apropiarse del Rey.

Como parte de la burda campaña de bulos y mentiras que ha alcanzado su culmen con la cafrada del pin parental, las tres derechas –Vox les marca el paso a PP y a Ciudadanos- pretenden hacernos creer a los españoles que Pedro Sánchez tiene machacado a Felipe VI, pobrecito él.

No sé si los ultraconservadores asesores reales –algunos requetés llevan allí desde 1936- se habrán percatado de que a medida que arriman el ascua del Rey a las sardinas de las derechas, solo logran desafección entre las izquierdas, tradicionalmente más republicanas.

Así las cosas, en la Casa Real deberían hilar más fino, y llamar al orden discretamente a los portavoces de las derechas para que, cada vez que emitan un rebuzno, se abstengan de lanzar seguidamente una sarta de vivas al Rey. Cada vez que esto ocurre, la imagen del monarca español pierde credibilidad, luces largas y discos de freno.

Este país ha visto como Franco dejó como heredero a Juan Carlos I. Cuando el nuevo Rey apostó por la democracia, la mayoría se hizo juancarlista, incluidos muchos republicanos. Después se tragó el 23 F como le dijeron que fue. No sacó los pies del tiesto tampoco cuando el hoy emérito empezó a meter la pata, y su familia la mano. Aceptó la abdicación y la llegada al trono de Felipe VI consumiendo publirreportajes de cuentos de príncipes, princesas y perdices en escabeche. Y en esas estamos.

A mi juicio, Felipe VI se equivocó en el discurso tras el referéndum del 1-0 en Cataluña. Es verdad que no tenía otra que defender la Constitución y la unidad de España –forma parte de la esencia de su cargo-, pero debió lanzar un mensaje a toda la sociedad catalana, a los españolistas y a los independentistas, no solo a una parte.

Previamente, sudó la camiseta todo lo que pudo y más para que Rajoy llegara a ser investido presidente gracias, entre otros, a Antonio Hernando, que hizo un trabajo muy profesional, sin llegar a Ramón Mercader pero aplicando los conocimientos y técnicas de la misma escuela filosófica.

El marido de Letizia se debió llevar un disgusto cuando Pedro Sánchez reapareció tras ganarle las primarias a Susana Díaz, una monárquica por vía Telefónica y César Alierta –pobrecita, ahora está para un buen epílogo político-.

En la investidura de Pedro Sánchez, Felipe VI no ha estado tan proactivo. Ni siquiera ha podido ablandar a PP y a Ciudadanos para evitar el regreso del Frente Popular a España, y eso que ha tenido varias oportunidades para impedir este Gobierno de socialistas, comunistas, republicanos, independentistas, proetarras, turolenses, mariquitas azúcar  y socios de Cine Club.

Por eso, por todo eso, cuando leo que Pedro Sánchez está acorralando al Rey –la última ha sido que lo ha sacado de la foto de Davos- me entran ganas de desempolvar la tricolor.

Felipe VI le debería estar muy agradecido al actual presidente del Gobierno, aunque no lo considere de los suyos.

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