Entre leones

Cara y cruz de Ábalos

Este pasado fin semana he estado en Cádiz en una fiesta sorpresa a mi amiga Carmen (Fernández) Morillo, una de las mejores periodistas gaditanas de la historia. Yo se la recomendé a un gran amigo para que la incorporara a su equipo, pero está visto que no coloco ni a un ujier. O eso me dice sin ánimos de ofenderme más de un colega que sabe de mis adhesiones y mis lealtades inquebrantables de los últimos diez años.

Morillo cumplía 60 años y sus hijas le regalaron una lluvia de amigos, un montón de besos y un retrato magnífico del pintor Pepe Baena.

Carmen salió con una sonrisa enorme, que, por fin, rompió ese puntito de tristeza que se instala en la mirada y en la vida cuando el cielo gaditano, de un azul brillante se vuelve gris porque el destino a veces es algo cabrón.

En fin, muy contento por mi amiga del alma y feliz por volver a Cádiz. Regresar a la capital gaditana es como hallar otra vez el paraíso perdido. Es un chute de levante que te limpia esa boína de malos humos que llevamos incorporados todos los residentes en Madrid.

Y la gente, la gente sigue siendo muy especial. A pesar de que el trabajo continúa chungo –era demoledor ver tantos locales cerrados en la avenida-, los gaditanos continúan riéndose de su sombra y te trasladan una alegría inmensa de vivir.

Puede resultar triste, muy triste, pero este microclima de inmensa humanidad no para de sonreír, de golpe en golpe, sin contar chistes, que eso es cosa de sevillanos, ¿no?

Tengo suerte de que mis tres hijos nacieran en Cádiz.

Durante estos días allí he aprovechado para hacer un sondeo nada científico sobre el nuevo Gobierno que han armado el PSOE y Unidas Podemos. El personal, lógicamente más de izquierdas, estaba contento, sobre todo con Pedro Sánchez, que ha transitado rápidamente desde la desafección al compromiso con Pablo Iglesias y su gente para hacer posible un auténtico Gobierno de progreso.

El personal mayoritariamente estaba faltón con una derecha que desvaría y está rabiosa, que tiene como líder indiscutible a José María Aznar, con Pablo Casado, Inés Arrimadas y Santiago Abascal como jarrillos de lata para convertir el terreno de juego patrio en un lodazal.

Pocos entendían el lío que le han montado al ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana por 25 minutos de palique con la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez. Todo un culebrón sudamericano por un ratito de nada que no fue ni vis a vis, y eso que evito un follón diplomático.

Pero las cinco versiones diferentes se podrían haber evitado. Y también los macutazos de una comunidad venezolana en España que mayoritariamente está a la derecha de Vox. Uno de los más escandalosos –vete a saber si salió de ahí o de otro lado de la caverna- aseguraba que la tal Delcy iba cargadita de juguetes, oro y pasta gansa.

A Ábalos se le ha visto al hombre esquivando a duras penas una auténtica jauría, que ha olido el miedo y anda ahora buscando cómo prolongar la telenovela y mirando hasta debajo de las piedras algún episodio nuevo para echar más madera.

Pero el ministro, un leal de Pedro Sánchez desde el minuto 0 junto Margarita Robles, Susana Sumelzo, Adriana Lastra y algunos más que no salieron –ni falta que nos hace- en el manual de resistencia, debería aprender la lección que siempre va aparejada a una crisis.

La primera de todos es muy evidente: no es lo mismo comunicar que filtrar. Y la segunda va de lo mismo: los macutazos los carga el Diablo y su puta madre.

Con la crisis que ha abierto en Puertos del Estado, provocada por las filtraciones y los macutazos procedentes de su Ministerio, Ábalos se ha comportado como las derechas lo han hecho con él o como el susanismo operó miserablemente contra Pedro Sánchez y contra él mismo. Por cierto, ¿saben que una ministra muy destacada de ahora quiso expulsar al madrileño del PSOE después de echarlo de la secretaría general? Nada: pelillos a la mar.

Pero me alegré que la gente apreciara a Pedro Sánchez: es un buen tipo que se merece que las musas (tiene tres preciosas) le acompañen y los dioses le ayuden con los Presupuestos.

A lo que iba, toda esta ofensiva portuaria ha durado casi un mes: durante todo este tiempo el presidente de Puerto del Estado, Salvador de la Encina, ha tenido que enterarse fuera de los cauces oficiales de que lo ponían de patitas en la calle al "87%" (fuentes a un metro de Ábalos con una precisión de carajote integral: ¿por qué no al 90%, picha?), que ya estaba cesado y que su sustituto era de Castellón o Valencia (fuentes de Ferraz), que le iban a dar algo pero que no, que el ministro lo iba a despedir con escarnio (fuentes de amigachos unidos de Ábalos) porque Salvador estaba detrás de un whatsapp (las mismas mentiras que Susana Díaz utilizó contra Pedro Sánchez).

Así las cosas, como he dicho, Ábalos se está comportando con Encina (todavía nadie le ha dicho oficialmente nada) como los malos lo están tratando a él. Hasta un cordón sanitario de silencio y de indignidad le han montado otros altos cargos del Ministerio a los que no se les cae la cara de vergüenza.

Aparte de que Encina es una persona extraordinaria que no merece está miseria humana, como presidente de Puertos del Estado ha hecho en apenas diez meses una gestión cum laude, pacificando un mundo que llevaba demasiados años en pie de guerra y dándole a la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez prestigio, mucho prestigio.

Sin sectarismo, dialogando y pactando con presidentes del PP, el PNV, ERC, PRC, PSC, etc. ¿Cómo se puede prescindir de una persona tan valiosa en los tiempos que corren?

De confirmarse los macutazos, la salida de Encina va a perjudicar al Gobierno de Pedro Sánchez y, sobre todo a Ábalos, que darán muestras de una pérdida total del norte con un acto lleno de soberbia y poco sentido común.

Y representa un palo muy gordo para el Campo de Gibraltar, una comarca que se sentía muy orgullosa de que uno de los suyos estuviera saliendo continuamente, por un trabajo bien hecho, en las páginas de economía y no en las de sucesos.

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