Entre leones

Madrid Me Mata

Muchos pensábamos que al final moriríamos fruto de la contaminación de Madrid; es decir, poco a poco, bocanada a bocanada de un cóctel de monóxido de carbono, dióxido de carbono y óxido nitroso de un tubo de escape cualquiera de los miles y miles de coches que la calle 30 nos ha metido en los pulmones.

Al menos, eso es lo que nos auguraba el desprecio que los actuales mandatarios municipales y autonómicos tienen por el medio ambiente y la salud pública.

Sin embargo, el Madrid Me Mata, de Óscar Mariné, ha pasado de una revista de la movida, de un lema eterno del rompeolas de las Españas, a un monstruo de tres cabezas en forma de coronavirus chino, y que nos ha llevado en desbandada a los supermercados a comprar, sobre todo, papel higiénico. Ni que decir tiene que es más pánico que diarrea este asalto a la sección del culo de las grandes superficies.

Y no es para menos, por lo que sabemos, esto puede durar de dos a cinco meses (el doctor Fernando Simón dixit), y si entre el 60 y el 70 % de los alemanes (Merkel dixit) se van a infectar, nosotros andaremos por ahí, algo por detrás quizás por el clima y el efecto locomotora del cabeza de león germano que siempre nos deja la cola.

Dicho esto, es más que evidente que estamos ante una emergencia nacional, ante una cuestión de Estado, y lo sabemos porque, a las primeras de cambio, las derechas ya están intentando aprovechar la crisis del coronavirus para hacer caja.

El PP y Ciudadanos –Vox, como ya la lío parda con Ortega Smith infectado a diestro y siniestro a golpe estornudos, besos y apretones de manos, se ha cortado un pelo tras exigir el cierre de fronteras-, ya han pedido la comparecencia de Pedro Sánchez en el Congreso. Y la Comunidad de Madrid, con esa muchacha llamada Isabel Díaz Ayuso, ya está haciendo la guerra por su cuenta.

El otro día, cuando el ministro de Sanidad, Salvador Illa, compareció para explicar las medidas extraordinarias adoptadas en Madrid –cierre de todos los centros educativos-, Díaz Ayuso, con cara de Lina Morgan en un recordado papel, ofrecía junto al consejero de Sanidad una rueda de prensa. ¿No pudo esperarse unos minutos? ¿No está Madrid representada por el Gobierno de España de los españoles? Patético, y chugo de patriotismo, corazón de melón.

Que el coronavirus no tiene ideología, ni raza, ni género, ni credo, ni muere en una jura de bandera, imbéciles, y que aquí no cabe captar votos a costa de infectados, como ocurrió con ETA y las víctimas y está ocurriendo con Cataluña y los no independentistas.

De hecho, el brote principal salió de una Iglesia Evangélica, que es una confesión nada sospechosa de bolchevique; más bien todo lo contrario, en Brasil elevó a la presidencia a Bolsonaro rezando y cantando bossa nova y con el mazo dando. Y no fue la manifestación del 8-M, que se debió suspender sí o sí, pero fue quien quiso; por ejemplo, Pablo Iglesias (en cuarentena) e Irene Montero (ha dado positivo) y están malitos. Más salud que nunca y un pucherito con gallina vieja. Yo pegué cuatro gritos de apoyo, mi mujer me hizo los coros y me toco las palmas y nos quedamos en casa.

En fin, por una vez, esta derecha, hasta ahora inmadura y aznarizada hasta el tuétano, debería estar a la altura y no jugar al desgaste político del Gobierno con un asunto de salud pública tan sumamente grave.

Es tan sencillo como respetar unas medidas que desde el primer momento han perseguido proteger a los ciudadanos de un coronavirus con una tasa de mortalidad del 3,4% (OMS dixit) -frente al 1% de la gripe estacional-, y de una crisis económica que puede poner en la calle a miles y miles de trabajadores.

Y en vez de instalarse en las críticas públicas oportunistas, las derechas deberían trasladar sugerencias privadas al Gobierno, en un gesto de lealtad y responsabilidad que los españoles agradeceríamos. La cosa no está para bromas: no cabe que Álvarez de Toledo o Arrimadas nos den una teórica de cómo parar el coronavirus con una PNL sobre Cataluña contra Pedro Sánchez.

Más allá de algún error propio de una pandemia global imprevisible –ya he dicho lo del 8-M y quizás también se debieron interrumpir antes los vuelos con Italia-, en ese término medio, buscando la proporcionalidad, ha intentado estar el Gobierno, que debe ser consciente que las consecuencias del coronavirus pueden ser más demoledoras en términos socioeconómicos. Es verdad que nada vale más que una vida humana, pero un regreso al 2008 sería terrorífico para millones de españoles.

Si persisten en utilizar espuriamente el coronavirus, a Casado, Díaz Ayuso y sus socios de Ciudadanos habría que recordarles que el colapso que empieza a sufrir la sanidad pública madrileña se debe en gran medida al deterioro progresivo que ha sufrido bajo el mandato de las derechas, con la pérdida de 800 camas y un gasto per cápita por debajo de la media de las comunidades autónomas; en concreto, 200 euros menos, y 600 con respecto al País Vasco.

Todo por favorecer, con más de un mangante vitaminado de por medio, a la sanidad privada madrileña, que no ha parado de ganar camas, enfermos y dinero, sobre todo mucho dinero.

Así las cosas, seamos buenos. Dejemos que Fernando Simón, un profesional de una honestidad a prueba de virus, que habla muy claro y que viste como la mayoría de los españoles, siga manejando el día a día como lo está haciendo. Y los partidos, que apelen al civismo ciudadano para ganar esta batalla de salud pública.

Por cierto, aparte de las nuevas inversiones europeas que son necesarias articular, no estaría mal que los próximos Presupuestos Generales del Estado contaran con un amplísimo consenso, el mismo que se necesita para superar esta emergencia nacional.

 

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