Entre leones

El régimen de Abascal y Casado

El régimen de Abascal y Casado
Pablo Casado y Santiago Abascal en el Congreso.- EFE / Archivo

Si algo nos trajo la democracia -como un pan bajo el brazo- fue un nuevo marco de relaciones sociales. Más allá de las fosas y tumbas pendientes -todavía andamos buscando rastros de los que murieron con un tiro en la nunca sin atisbo de reparación y justicia-, a partir de la muerte de Franco, las nuevas generaciones de progresistas y conservadores -herederos de rojos y nacionales, respectivamente- nos mezclamos, nos enrollamos, nos besamos, nos acostamos, nos amamos e incluso nos casamos en el juzgado de guardia o en la iglesia.

Se empezó a construir algo en común que fue enterrando sin prisas pero sin pausa la larga noche franquista. Es verdad que se construyó ese nuevo tiempo desde la generosidad -y muchos asesinos, ladrones, trileros, estraperlistas y mangantes vitaminados en general murieron como el dictador, en la cama-, pero quizás no se pudo hacer de otra forma. Hasta el PCE tuvo que abrazar la actual bandera española en su primera comparecencia pública tras su legalización en el Sábado Santo Rojo de 1977.

En ese sentido, por muchos detractores de las nuevas generaciones, el régimen del 78 abrió una convivencia más civilizada. Eso, sin olvidar, la equiparación de rentas que se consiguió a partir de los Pactos de la Moncloa, un acuerdo de todas las fuerzas política que sirvió para consolidar nuestro joven régimen de derechos y libertades. Y que, poco a poco, alumbró una clase media que, durante 40 años, había vivido en las cuatro esquinas de Los Santos Inocentes.

Entiendo que Felipe González lo defienda. Lo hizo en el 40 Congreso Federal del PSOE, en Valencia, y sirvió para que muchos nos reconciliáramos con el político más valioso de un régimen que trajo prosperidad a España y que se construyó sobre la base del diálogo.

Que el PSOE y el PP se hayan puesto de acuerdo sobre la renovación de los órganos institucionales, excepto el Consejo General del Poder Judicial, es una buena noticia para España. El bloqueo estaba resquebrajando una democracia que tiene abierta una crisis territorial gravísima y un debate monarquía o república abierto en canal, con el monopoly bancario del emérito en pelota picada.

Por cierto, de la renovación de los cuatro magistrados del TC, me alegro especialmente por Ramón Sáez Valcárcel, un penalista de la Audiencia Nacional marcadamente progresista. Recientemente, como ponente, exoneró a Josep Lluís Trapero, jefe de los Mossos, y absolvió a los antisistesma que asediaron el Parlament en 2011. Pero antes, a finales de los ochenta, como juez instructor de San Roque, acusó a directivos de la refinería de Cepsa  en el Campo de Gibraltar de un presunto delito ecológico.

Debió ingresar hace tiempo en el Tribunal Supremo, pero sufría una especie de veto de propios y extraños. Ahora, el Gobierno, a petición de Unidas Podemos, le sitúa un escalón por encima y le hace justicia a un hombre justo.

Como decía, la renovación de todas estas altas instituciones debería también servir para hacer lo propio con el Consejo General del Poder Judicial. Quizás la dimisión en bloque de su presidente y de todos sus miembros podría ayudar a situarse ellos mismos dentro de la legalidad democrática e insuflar de camino algo de confianza a la ciudadanía en general y a la judicatura en particular sobre una institución muy desprestigiada.

Este chorrito de consenso que estamos viviendo estos días choca por desgracia con el nuevo desencuentro en torno a ETA. El décimo aniversario del fin de los asesinatos por parte de esta banda criminal no ha servido ni para un mínimo acuerdo en el Parlamento vasco. En el Congreso, en la sesión de control, otro rifirrafe, con el PP y VOX compitiendo por el primer puesto del ránking de cafradas parlamentarias.

Casado desbarró con ETA, usando de nuevo a las 850 víctimas y el acercamiento de presos como el camino más seguro para aprobar los Presupuestos. No se salió de la vereda que llevó a Mariano Rajoy y sus acólitos a acusar a Zapatero de tener manchadas las manos de sangre. Y se olvidó de que Aznar la definió como movimiento vasco de liberación para buscar el apoyo del PNV a otros Presupuestos.

Pero Abascal, que repitió por los pasillos a modo de eslogan ‘estos son los Presupuestos de ETA’, le superó con otra sobre la inmigración ilegal, con los ‘menas’ entre sus monstruos favoritos: "Es usted el flautista de Hamelín que convoca a la inmigración ilegal. Y eso genera delincuencia e inseguridad. Con sus políticas, llegarán más inmigrantes ilegales". A la altura de Gil Robles y de los discursos de la CEDA en los meses previos al Golpe de Estado de 1936, cuando colaboraron directamente con los sublevados para dibujar una España instalada en el saqueo y la anarquía.

"Yo no sé si crispar, fracturar, dividir, confrontar, odiar... es para usted patriotismo. Ojalá fuese la mitad de patriota de lo que reclama al resto de sus señorías", le replicó Pedro Sánchez o quizás fue don Manuel Azaña.

Casado tiene el tono del régimen de 1936, heredado del peor Aznar, pero Abascal ha salido directamente de Jurassic Park, mitad Tiranosaurio Rex, un cuarto de Rata de cloaca y otro cuarto de Accipitridae, y emparentado con la guardia mora de Franco.

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