Entre leones

Altibajos

Carlos Pacheco fallece a los 60 años por ELA. -Ayuntamiento de San Roque
Carlos Pacheco fallece a los 60 años por ELA. -Ayuntamiento de San Roque

Debe de ser la edad, pero lo cierto es que mis defensas están cada vez más lloronas, y me siento más blandito con el paso de los años: la piel de cocodrilo que tuve en mi juventud me la dejé en alguna de las muchas trincheras donde habité en legítima defensa o en las causas perdidas que milité.

Debe de ser que el miedo a la intemperie es directamente proporcional a la acumulación de primaveras, ¿no?

O quizás sea simplemente una cuestión genética. De mi padre, que en gloria esté, heredé una diabetes del tipo 2 que combato cubriéndome a diario del polvo del camino hasta las trancas. Mi padre también me inoculó la llantina. Él la exhibía a la primera de cambio, por cualquier nimiedad: por ejemplo, viendo La Casa de la Pradera, que aparecía tan verde gracias en parte a las lágrimas de mi viejo.

Estas últimas semanas he estado sometido a un tobogán de emociones. El pasado 5 de noviembre, para celebrar 40 años desde el arranque, me reuní con una cincuentena larga de compañeros de la décima promoción de Periodismo de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Era como si no hubiera pasado el tiempo. Estábamos todos estupendos. Entre risas, besos, abrazos y caricias transcurrió una velada que desembocó en una discoteca hasta altas horas de la madrugada. Y bailamos. Faltaron muchos, pero brindamos por ellos, sobre todo por Jaime Alarcón y Jesús Cueva, que en paz descansen.

Creo que, sin entrar en detalles, nos ha ido a todos más o menos bien. Por mencionar a algunos, yo personalmente me siento muy orgulloso de Jorge Díaz, integrante de Carmen Mola, ganadora del último Planeta, y de Eva Aladro, catedrática de nuestra facultad y heroína del teatro Albéniz en el nombre de los Vico. Y de Juan Manuel Cabo Seijas, un gallego de Melide que desprendía, desprende y desprenderá alegría de vivir. Y del resto, por supuesto, pero sin nombres ni apellidos, que en primero debimos ser casi un batallón.

Por cierto, el honor de bajar la persiana en el último bar de tan gloriosa noche lo tuvieron Juan Carlos Burgos, Miguel Cuadrado Canales y Cabo Seijas, tres auténticos veteranos del Vietnam en la saludable costumbre de tomar siempre la penúltima. En espíritu estuve con ellos hasta Los Chicos, que era el primero en madrugar en el barrio de Argüelles en aquellos años de muchos sueños y poco sueño.

En fin, entre fanerógamas y falacias, entre los Vila Selma, los Seco Serrano, los Gil Nogales, los Altabella, los Javier Maestro, los Ángel Cruz, entre canciones de Mecano y El último de la fila, entre enamoramientos platónicos y amores eternos, entre Bodegas Rodríguez -El Rodri para los alérgicos al agua- y el Rosado... llenamos todos el tanque de las emociones para seguir haciendo camino. Mi mujer, Carmen Bolullo, y yo -compañeros de aquella promoción y con casi 14 trienios y tres vástagos en nuestro haber- salimos con 40 años menos o algo así.

Esta alegría de grana y oro se vio interrumpida por la muerte del dibujante sanroqueño y amigo Carlos Pacheco. Aunque ya nos advirtió Félix Grande de que la vida a determinadas edades es como una especie de campo de minas, donde van explotando a tu lado amigos y familiares hasta que te toca a ti, no me lo esperaba.

A finales de septiembre hizo público un mensaje en redes sociales anunciando que padecía ELA. Le escribí un whatsapp dándole toda mi fuerza y apoyo, y me contestó muy cariñosamente.

Pues bien, en apenas dos meses, Carlos Pacheco se nos marchó a galope tendido, al ritmo meteórico que le marcó esta 'rusca' de cubitos de hielo.

No voy a descubrir al Carlos Pacheco dibujante. El cómic nacional e internacional le deben un Potosí de gloria y reconocimiento por sus trabajos en Marvel/DC.

Pero, además, era un conversador extraordinario, de una vasta cultura. Era un placer encontrártelo en la playa de Torreguadiaro con el Levante suave dorándote la piel y las palabras.

En su pueblo, San Roque, que por él y por tantos como él es el mío también, lo despidieron con una capilla ardiente en el Palacio de los Gobernadores. Por allí, entre otros, pasaron Superman, Hulk, Batman, Spider-Man, Wonder-Woman... Le rindieron honores en mil y un colores.

Ya solo nos queda en San Roque el dibujante Andrés Vázquez de Sola, un maestro de la caricatura que camina con paso firme por encima de los 90 años. Ojalá viva 100 años más para que les de tiempo a hacerle el homenaje nacional que se merece.

PD: De Sabina no hablo. Me quedo con todas las canciones de Pancho Varona. Como te digo una ‘co’, te digo la ‘o’, Joaquinito.

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