Entre leones

Indulto ipso facto

El exjuez Baltasar Garzón, en un acto en Barcelona, en abril de 2019. E.P./David Zorrakino
El exjuez Baltasar Garzón, en un acto en Barcelona, en abril de 2019. E.P./David Zorrakino

Como apunté en mi anterior artículo, las derechas nos estaban dando el verano con la obsesión de tumbar al Gobierno antes de fin de año. Una vez superados todos los desbarres y ocurrencias de la canícula, con los voceros de guardia disparando al Ejecutivo de Pedro Sánchez hasta a las alpargatas presidenciales, sus medios prevén un otoño caliente.

¡Qué pesados! ¡Qué coñazo de tíos y tías! ¡Todo el día cabreados! ¿Habrá algún trauma sexual oculto tras la mala baba?

De entrada, para no defraudar a sus parroquianos más cafres, Casado ha salido para criticar duramente la participación española en la crisis afgana, donde 2.000 personas se han beneficiado de la acción humanitaria del Gobierno de España.

Este licenciado en Derecho interruptus acusa a Pedro Sánchez y compañía de llegar "tarde y mal", y les pide respeto porque tener "sentido de Estado" no es guardar silencio.

De poco o nada sirve que la presidenta de la Comisión Europea, la alemana y conservadora (pero civilizada) Ursula von der Leyen, haya elogiado la actuación española en Afganistán hasta ponerla como ejemplo, o que Pedro Sánchez dialogara telefónicamente con el presidente de EEUU, Joe Biden, sobre esta crisis.

Ellos, a lo suyo: cuanto peor, mejor. Por eso ahora, para enfangar más el terreno político, para dar la sensación de desgobierno continuo, piden la comparecencia en el Congreso del presidente del Gobierno y de los ministros, aunque sea invocando leyes que ellos ni siquiera votaron (Ley de Defensa Nacional).

Cuando ocupan la bancada de la oposición, desde los tiempos de José María Aznar, los populares pierden el sentido de Estado. Y la vergüenza, claro.

Se dejan llevar por una especie de urgencia irrefrenable por recuperar el poder para volver a las andadas. Debía ser algo parecido al frenesí que llevaba a Alibaba y a los suyos a robar una y otra vez y regresar a la cueva a repartirse el botín. O la sarta de tiros que envolvía los atracos de Billy el Niño y su banda en aquel lejano Oeste almeriense.

Supongo que sin la adrenalina de la Gürtel, la Púnica o las demás fechorías que pueblan la inventiva policial, les resultará España demasiado aburrida para su nivel de vida: un país lleno de independentistas, rojos, sindicalistas, compañeros del Metal, maricones, bolleras, negros, moros, pobres, debe parecerles cortito de cartera. Y encima antifranquista, ¿no?

Hablando de Franco, el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas dictaminó días atrás que la actuación del juez Baltasar Garzón, condenado por el Tribunal Supremo a 11 años en 2012 por haber ordenado las escuchas del caso Gürtel, "no constituyó una conducta o incompetencia grave que pudiera justificar su condena penal", y pide a España que borre sus antecedentes, compense al exmagistrado y tome medidas para que no se repitan casos iguales o similares.

El Supremo, que debería estar muerto de vergüenza y en posición de dimisión –al menos todos los firmantes de la sentencia condenatoria-, ya ha salido recordando que los dictámenes de la ONU no son vinculantes, que ellos solo revisan sentencias condenatorias cuando lo dice Estrasburgo.

Seguramente será así. Pero esto no puede quedar en la enésima victoria moral que se pasan por el forro de los pantalones.

Todos sabemos que Baltazar Garzón se convirtió definitivamente en un juez incómodo cuando empezó a actuar decididamente contra el franquismo y a favor de sus víctimas y familiares. Y no es que la Gürtel no les escociera: allí estaban implicadas hasta las gaviotas.

Pero fue por el franquismo cuando las derechas, la política y la judicial, iniciaron la cacería que acabó con la expulsión de Garzón de la carrera judicial.

El día que se conozcan todos los archivos sonoros de Villarejo sabremos con certeza quién ordenó soltar los perros de la guerra contra el exmagistrado.

En fin, dado que el Tribunal Supremo no va a hacer nada de nada hasta que Estrasburgo no le enmiende la plana –y cuando ocurra, ya se buscarán alguna argucia para no hacerlo-, el Gobierno de España debería indultar al juez Baltasar Garzón ipso facto.

Así el PP tendrá un motivo más para el otoño caliente que nos prepara.

 

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