Entre leones

Días de Schopenhauer

Dibujo de Arthur Schopenhauer a lápiz. -Wikipedia Commons
Dibujo de Arthur Schopenhauer a lápiz. -Wikipedia Commons

Hace poco, citando a Erich Fromm e incluso al Libro de Eclisiastés, me aferraba como un clavo ardiendo a la esperanza para combatir la desilusión que nos invade por tierra, mar y aire. Pero ya se sabe, ‘cogito ergo sum’: Descartes es Descartes, el Poniente y el Levante pesa y el pesimismo de vez en cuando se apodera de mi ánimo.

Especialmente, en estos últimos días tan feos, con este funeral de la reina de Inglaterra agotador hasta para la finada.

De entrada, el secretario general de la ONU, António Guterres, nos lanzó en la 77 Asamblea General un discurso ciertamente apocalíptico: vino a decir, el conflicto de Ucrania, la subida de los precios de los alimentos y la energía, el calentamiento global y las profundas divisiones y desigualdades en el mundo han sentado las bases para "una tormenta perfecta", cuyos primeros efectos demoledores se empezarán a sentir el próximo invierno entre los de siempre, los parias, los caninos, los más pobres.

Si a este pronunciamiento añadimos que el presidente ruso, Vladimir Putin, ha amenazado con utilizar su arsenal nuclear después de anunciar la movilización parcial de 300.000 rusos para recuperar el terreno perdido ante el avance de las tropas ucranias, pues la verdad es que se le pone a uno el cuerpo cortado, en ‘modo nueva guerra fría’.

Pero ha sido algo más cercano lo que me ha llevado a instalarme en un pesimismo rozando la distimia. Tras una subida de los tipos de interés que ha puesto a las hipotecas por las nubes y una inflación que han convertido el llegar a final de mes en una nueva entrega de Misión Imposible, de Tom Cruise, leo que en las colas del hambre están engrosando cada día más trabajadores y estudiantes. ¿Pero esta mierda qué es? ¿No se nos cae la cara de vergüenza como sociedad? ¿Para eso trajimos hijos al mundo? ¿Este es el capitalismo del que presumen los neoliberales?

De buenas a primeras, cargadito de rabia, todo el positivismo acumulado se ha pasado con armas y bagaje a la otra orilla oscura y he rebuscado -para hallar un símil que retrate mi alma- hasta llegar a Plutarco que, tomándolo de Aristóteles, se refiere a la famosa leyenda de Sileno: "Lo mejor para todos los hombres y mujeres es no nacer, y lo segundo después de esto -la primera cosa que pueden conseguir los hombres- es, una vez nacidos, morir tan rápido como se pueda".

Pero ya puestos, tras repasar a escépticos, nihilistas, maniqueos, ascéticos y místicos, me refugié en el filósofo más pesimista de todos por antonomasia, con permiso de Kierkegaard, el alemán Arthur Schopenhauer, para recoger esa sensación de derrota colectiva, de esa deriva tan chunga, de ese proceso de agonía que no cesa.

Schopenhauer, ateo y pesimista (o un optimista bien informado), decía que "si Dios creó el mundo, yo no querría ser ese Dios, porque la muerte del mundo, me rompería el corazón".

Del hombre, al que acusaba de haber convertido la Tierra en un infierno para los animales, solo salvaba el sentido del humor como una "cualidad divina".

Quizás la solución sea esa, reír en vez de llorar, para reflotarnos lo más pronto posible, para pasar de Demócrito a Heráclito en un santiamén, en dos carcajadas de nada. Y, por supuesto, tras mediar un acto de puro ilusionismo, convertirnos, ‘ta-tachán’, en uno de esos miles de andaluces y madrileños que se ahorrarán el Impuesto de Patrimonio Dios mediante el paraíso fiscal que Moreno y Ayuso han construido en este bar de copas llamado España. 120 millones de euros en Andalucía y 900 millones de Madrid. 1.020 millones de vellón para mantequilla y pan tierno, naranjada y aguardiente, morcilla que en el asador reviente, bellotas y castañas... Ande yo caliente, y ríase la gente. ¡Gloria bendita para los del taco!

¿Y las colas del hambre? Pues que las arregle Schopenhauer, ¿no?

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