La revuelta de las neuronas

Camino a la servidumbre

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Estás en el paro y un miércoles a mediodía te llega un mensaje al móvil enviado por el Servicio de Empleo: el jueves a las 13:45 tiene que presentarse a un curso formativo y a una posible oferta de trabajo en Aranjuez. Aranjuez, para alguien que vive en Madrid capital supone gastarse casi 10 euros en el tren, además de tener que caminar un buen rato desde la estación hasta el lugar donde se ofrece la formación. Si no acudes a la cita por cualquier motivo, sea porque no ves el sms, porque has perdido el móvil, te has quedado sin batería, o no puedes acudir con tan poco tiempo de antelación, en cualquier caso te arriesgas a perder la prestación de desempleo. El móvil aquí no sirve para comunicarse entre las personas, sino que, se utiliza a modo de pulsera carcelaria que controla y monitoriza a la población en desempleo, esperando cualquier fallo o imprevisto para ahorrar dinero anulando prestaciones. Es la versión postmoderna de las leyes de pobres y Casas de corrección en la Inglaterra del siglo XVI y XVII, cuando  los  vagabundos y desempleados eran marcados, condenados a la servidumbre, o corregidos en su actitud. Algo parecido argumenta la OCDE al proponer que España debe vincular los pagos de las prestaciones a los resultados en la búsqueda activa de empleo.

Una vez llegas al complejo donde te han citado, te encuentras sentada junto a decenas de personas más, la mayoría mujeres de distintos perfiles, muchas de ellas, con alto nivel formativo y conocimiento de lenguas; las entrevistas se van realizando a granel, grupos van saliendo, grupos van entrando. La oferta en cuestión es para trabajar de crupier en un casino de próxima apertura en Madrid que gestiona el casino de Aranjuez. Para ello, explican que previamente es necesario cursar una formación que comienza en marzo y finaliza en agosto, no pagada y que si no tienes suficientes meses de paro, difícilmente lo puedas hacer. El curso se postula como una oportunidad de futuro, como un favor que ofrece el casino por formarte en un sector tan pujante como es el del juego. Si aceptas, alrededor de 200 personas pasarán a realizar el curso teniendo que acudir durante 6 meses de lunes a viernes de 9 a 15h, gastando sólo en tren unos 540 euros –con abono-, o el equivalente en gasolina si se va en coche desde Madrid. El curso no garantiza la obtención de un puesto de trabajo y en el caso de conseguirlo, tampoco asegura que vaya a ser en el nuevo casino situado en la capital, por lo que es posible que finalmente haya que desplazarse definitivamente a la localidad de Aranjuez, a unos 50 kilómetros de Madrid.

En el mejor de los casos, una vez superado el curso satisfactoriamente y seleccionado posteriormente, esa persona tiene el gran privilegio de poder trabajar de crupier durante 6 meses de contrato cobrando 930 euros brutos dentro del horario de noche-madrugada. Las miradas cómplices se repiten entre las personas allí presentes, algunas optan por la risa colectiva evitando llorar, otras además, comparten frustraciones y rabia desorbitada ante la percepción de tanta injusticia y ninguneo generalizado, algunas en cambio, sufren una situación más desesperada y se ven forzados a tener que aceptar. La coyuntura hace de este insulto a la dignidad una oportunidad de lujo si nos ponemos en la piel de quien lleva 3 años en paro y tiene que mantener una familia. Así de tétrico es el chantaje que imponen los mismos que te hunden, pero que luego, se presentan como salvadores recibiendo CV en sus sedes. Situaciones como ésta son moneda corriente entre las vidas de precarios y parados, tanto, que a veces pasan desapercibidas, como una gota cayendo sobre otra que acaba de caer. Existe todo un amplio abanico de humillaciones, de chantajes cotidianos, que cuanto más se van agravando en el tiempo, menos importancia se les acaba dando porque desgraciadamente se  normalizan. Las élites que nunca sufren estas humillaciones y nunca están expuestas al precipicio social,   continuamente nos exhortan a adoptar posturas sumisas y asumir lo que hay como si la estafa de la crisis,  tuviera el mismo origen que el impacto de un meteorito.

La CEOE, esa casta empresarial que cuenta entre sus filas con personas tan modélicas como Díaz Ferrán o Arturo Fernández, o su actual presidente Joan Rosell y miembros del PP, llevan tiempo acusando a los parados por no aceptar trabajos, porque o bien se les paga menos que con la prestación o bien no les sale a cuenta considerando el desplazamiento, el sueldo u otros factores. A Laponia deberíamos ir si hace falta, nos dicen los mismos que se benefician de las amnistías fiscales, la desesperación y el miedo a la pobreza. Es el negocio redondo: si te cuesta encontrar empleo, cuando finalmente lo encuentras, si lo consigues, debes olvidarte de la palabra derecho. Jesús Herraiz, propietario del grupo empresarial Vinotium, busca perfiles de parados de larga duración porque así pensarán "más vale que me porte bien, más bien haga las cosas bien, para no volver a la situación en la que estaba"

En estas condiciones desaparece cualquier rasgo de democracia y autonomía en la toma de decisiones que afectan a nuestra vida individual y colectiva, puesto que, al estar parado se te considera un paria y si estás empleado eres un privilegiado que no puede quejarse y reivindicar ni siquiera lo que está legalmente establecido en el estatuto de los trabajadores, las sucesivas reformas laborales ya se encargan de eso. Todos somos potenciales parias, algunos más que otros, pero siempre compartiendo un nuevo escenario en el que va desapareciendo los medios colectivos que apoyan a quien tropieza, a quien corre menos, a quien necesita ayuda o simplemente a quien no quiere o no puede correr.

Mientras lo que importe no sea aquello que se  genera al tener empleo -cierta seguridad-, sino el hecho de generar empleo por sí mismo y bajar porcentajes, la vida quedará en un segundo plano y la servidumbre pasará al primero. Mientras se persista en pleno siglo XXI, en seguir imponiendo el empleo como la única vía de integración social sin tomar en consideración el reparto de la riqueza, el efecto embudo y el chantaje, continuarán siendo la palanca con la que una sociedad totalizada por la institución empresa, nos  impone a la mayoría el régimen de neo-servidumbre. Inmigrantes, emigrantes, asalariados, precarias, falsos autónomos, pequeños negocios, emperdedores, son el variado compendio de realidades  que expresa el proletariado postmoderno surgido del moribundo régimen salarial. La lucha del último contra el penúltimo y del penúltimo contra el último se hará más encarnizada si no se construyen vínculos sociales que soporten y aporten comunidad. Nuestras muchas y diferentes identidades han de converger en este aspecto crucial en aras de defender la vida contra la servidumbre.

Los gurús del nuevo capitalismo, sus áulicos, nos empujan a preguntarnos constantemente, ¿para qué servimos?  ¿Con qué competencias contamos para que nos consideren empleables? En otras palabras, ¿para qué somos siervos?, porque servir viene del latín servus (esclavo) y del verbo servire surgen palabras como servilleta, servidumbre o sirviente. Nos quieren convertir en una sociedad de siervos que mientras se ahoga entre el paro y la precariedad, agradezca como buenos súbditos, las buenas obras de los hombres de éxito y héroes como Amancio Ortega o Joan Roig. Salir del camino que nos conduce a la servidumbre  comienza cuando los que realmente producimos la riqueza y damos sentido a la vida, tenemos fuerza y le obligamos al 1% a escuchar la misma pregunta. ¿Y vosotros para qué servís, parásitos?

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