La revuelta de las neuronas

El Estado es el mejor aliado para un liberal

 

Hayek11"Mi impresión personal - y esto es válido para Sudamérica- es que en Chile, por ejemplo, seremos testigos de la transición de un gobierno dictatorial a un gobierno liberal." Friedrich August von Hayek

Se suele pensar que las aspiraciones de un liberal se encuentran en los antípodas de la intervención estatal en la economía, entendida ésta, como reguladora de los excesos del capitalismo que tiende a la acumulación de mucha riqueza en pocas manos. Esta definición oculta la posición que mantienen los liberales respecto al papel que debería cumplir el Estado, de cara a lograr el desarrollo del mal llamado libre mercado. Fue en la etapa de la Europa colonial cuando se puede hablar  de una burguesía que encabeza finalmente la expansión mercantil encuadrada dentro de un proyecto de Estado. Es decir, como articulación de las instituciones  en torno a un determinado modelo de país. La supuesta contradicción entre la necesidad de usar formas esclavas para poder alcanzar un marco político-económico de trabajadores libres no existe como tal, sino que viene a ser una condición necesaria.

El capitalismo salvaje del siglo XIX puso más énfasis en la construcción de un aparato de Estado que en aumentar el despliegue de la producción. El desarrollo de las infraestructuras, el alisamiento para el comercio del espacio nacional, la creación de ejércitos que invaden nuevos lugares para exportar el excedente, un cuerpo policial que reprima a los revoltosos en el interior y un largo etcétera de funciones estatales claramente funcionales a la consolidación del libre mercado, desmienten toda oposición entre Estado y mercado. Como nos recuerda David Graeber en su libro En deuda no se conoce en la historia ningún caso de laissez faire  que no se haya apoyado sobre las instituciones del Estado, ya que ambos se necesitan mutuamente. Ocurre entonces, como bien puntualizó Gramsci, que el liberalismo viene a ser otra forma de regular el Estado con leyes que responden a una voluntad consciente de sus propios fines y no la expresión espontánea, automática del hecho económico.

Cualquiera que conozca mínimamente la historia reciente de América Latina sabrá que los postulados neoliberales no se implantaron entre individuos libres que acuerdan un contrato en ausencia de la coacción estatal. Al contrario, solo a través del terror estatal sobre la población se pudieron introducir las políticas económicas que alaban la tan cacareada libertad económica. La película Estado de sitio de Costa Gavras sobre la injerencia americana en el Uruguay, desgrana nítidamente ese entramado estatal que lo hace posible.

El periodo Keynesiano se ha instalado en nuestro imaginario como aquel donde el Estado interviene para equilibrar la balanza entre el capital y el trabajo  garantizando al segundo cierta dignidad. La lectura es a la inversa, Keynes entiende que frente a la presión soviética es necesario facilitar la inclusión social y económica de la clase trabajadora, algo que además venía a ser funcional para optimizar la acumulación de capital en una economía de producción y consumo en masa. Esa etapa ya es historia. Hoy el capital no precisa de esa garantía estatal sobre la capacidad de consumo en la población, puesto que al fugarse de la industria hacia  las finanzas, deja de servir como un instrumento válido.

En el pasaje de la hegemonía financiera el capital se ha emancipado del industrial moderno y se escapa del terreno del Estado-Nación, para sobrevolar y totalizar el conjunto del planeta. Los nuevos liberales poco tienen ya que ver con la burguesía anclada al territorio (burgo). Ahora en cambio regulan el Estado con la intención de vaciar para luego llenar por completo cualquier espacio físico y mental, cualquier derecho social que quedaba fuera de la lógica del mercado y del beneficio. La idea de libertad económica existe para que los especuladores jueguen con la vida de quienes producen la riqueza, pero no para los que eligen libremente cobrar sueldos de miseria. La libertad no es la obligación de adaptarse a un entorno que no se discute y que se impone sobre la población. La libertad no es plegarse de manera sumisa a las necesidades del mercado. Es al revés, el mercado ha de someterse a las necesidades de las personas. El primer modelo de la empresa-mundo construye siervos, el segundo personas libres que deciden el cómo y el qué de su vida.

Se trata de saber cómo organizar la sociedad de tal forma que garantice democráticamente el reparto de la riqueza socialmente producida. El Estado puede servir de catalizador en materia de derechos pero en ningún caso es en sí mismo un paradigma de libertad. Hayek entiende el mercado como una herramienta que dinamiza y pone en contacto los distintos conocimientos que se encuentran diseminados por el cuerpo de la sociedad. En la actualidad esos conocimientos se encuentran conectados en una especie de cerebro social, de intelecto colectivo, donde la apropiación privada se presenta de forma totalmente parasitaria a la innovación y producción colectiva. Como nos explica Hannah Arendt, los liberales ya antes que Marx entendieron que era necesario dotar a sus ideas de una "ficción comunista". Trataban de mostrar que  la sociedad como un todo, que su interés común partía del encuentro entre egoísmos individuales. Marx tomó esta hipotética armonía liberal como punto de partida para establecer el conflicto. La riqueza es poder y el poder es riqueza decía Thomas Hobbes; el conflicto aparece cuando se discute  la forma y la cantidad de poder que se reparte entre las distintas partes en juego. La tensión comunista muta, cambia de forma y expresión pero no desparece; el fantasma volverá a interrumpir sus sueños para convertirlos en pesadillas.

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