La revuelta de las neuronas

La tensión comunista

Sin título-3Arranquemos el sueño glorioso del comunismo a las mistificaciones jacobinas y a las pesadillas estalinistas; devolvámosle su potencialidad de articulación y de alianza entre la liberación del trabajo y la generación de nuevos modos de subjetividad.

A.Negri.

 

El comunismo no puede ser un régimen jurídico constituido, no es la nostalgia conservadora de la burocracia estalinista, o la caricatura infantil que quieren dibujar los liberales. Tampoco es un partido que interpreta la palabra dada ni un símbolo, ni una preciosa canción, es en cambio, esa parte que cambia y toma partido donde no está ni se le espera.  El comunismo es sobre todo una tensión donde la intensidad puede circular pero el voltaje siempre permanece, a veces en suspenso, a veces exaltado. El comunismo es la continua búsqueda por transformar la vida, por modificar el genoma de las relaciones sociales basadas la explotación y la dominación. Es la impugnación de la separación entre quien manda y ejecuta, entre quien piensa y actúa, entre quien decide y acata.  La tensión que fuerza al capitalismo a buscar otros métodos de control acordes a su necesidad de mantener la explotación, empujado  por la pulsión de una fuerza de trabajo constituyente que muta y lucha por liberarse del trabajo. Es anterior a Marx, pero también va más allá de él, y como agudamente interpretaba Lenin,comienza un nuevo ciclo con los partidos, las clases y los Soviets renovados por el fuego de la lucha, templados, instruidos, reconstruidos por el curso de la lucha.

Su agente de cambio se llama proletariado, pero no confundamos su presencia con el aspecto que éste pueda tomar en una época fechada y anclada en la historia. Proletarii son aquellos tan pobres que tienen como única  pertenencia a sus vástagos. Así se definió Auguste Blanqui en 1832 cuando un juez le preguntó por su profesión y domicilio: proletario, la cárcel, respondía. Pero proletarios eran originalmente los romanos que engrosaban con sus hijos las filas del ejército imperial. La relación salarial  tampoco es nueva, data de cuando la sal era un objeto de gran importancia y se construían salitreras desde Ostia hasta Roma en el siglo V A.C. En ese trayecto que se llamaba Vía Saliria, los soldados que custodiaban el trayecto recibían parte de su pago en forma de sal, un salarium argentum, agregado de sal. Las palabras son ancestrales y mantienen gran parte de su significado, pero no podemos sentir y emocionar nuestro tiempo pensándolo desde el pasado, aunque resulte fundamental para comprender el presente. No es lo mismo hablar de relación salarial en Roma, en la Edad Media con los servicios laborales, en el pauperismo de siglo XIX, a principios del XX, el keynesianimso de después de la II Guerra Mundial, o en nuestra postmoderna y mezclada actualidad, a pesar de que algunas comparaciones nos resulten más familiares. El espíritu permanece pero todo cambia; al materialismo histórico no se le encierra, no se le encadena ni se le fosiliza, se abre paso cual torrente de río que arrasa con todo.

 Pero, ¿dónde está el comunismo si no es un modelo cerrado, ya pensado, estabilizado?

El comunismo se esconde en las colonias de cimarrones que lograban escapar a las montañas huyendo de la esclavitud ante la caída del imperio romano. Se huele su perfume en ese bello gesto de los campesinos, que en la Edad Media desesperaban a los señores con su pravus excessus, su relajamiento depravado, su tendencia a la deserción y a la revuelta contra el dominio. En la picaresca sonrisa de la criada que asusta a Tocqueville mientras resuenan los cañones de fondo en el París de 1848. Es ese momento que remueve lo que se asume como normal, como cuando Étienne Lantier, minero de la novela de Émile Zola, Germinal, comienza por comprender su ignorancia preguntándose ¿Por qué la miseria de unos? ¿Por qué la riqueza de otros?  Reaparece en la película Novecento cuando el abuelo de Olmo Dalcó puede morir con dignidad, descansando tras una vida de batallar con la hoz y la penuria, le explica a su nieto que para ver a los patrones trabajar como  él los está viviendo con poco más de diez años, a él le había costado una vida.

Este es el avance comunista: tu vida puede mejorar en menos tiempo de lo que lo ha hecho la mía. Por eso se ha luchado por el transporte y una educación, como los jóvenes de Cornellà que se manifestaban en los años 70`bajo la pancarta: los hijos de los obreros queremos estudiar. No porque quieran rechazar el esfuerzo de sus padres, sino precisamente para rendirles homenaje, porque en la reacción conservadora de lo inamovible, no hay avance proletario, solo pasiones tristes, fetiches convertidos en imágenes mistificadas, pero poco más. Hay quien observa en los obreros un objeto precioso, similar a lo que pensaba la madre Teresa de Calculta acerca de los pobres; una divinidad a la que hay que adorar y perpetuar en su condición.

 El comunismo nada tiene que ver con esas interpretaciones de mal gusto, se vincula en cambio, con su contrario, con la disolución de lo que son, en la búsqueda por dejar de ser obreros, por abandonar la condición que  condena al sufrimiento y la explotación. Es Billy Elliot cuando impugna los espacios culturales burgueses y reclama su lugar en el ballet, demostrando que los proletarios no están nacidos para cargar y saben bailar.  El amor que sale por los ojos encolerados de un joven aprendiz llamado Ned Ludd cuando destroza a martillazos un telar mecánico. El obrero de la fábrica que desprecia convertirse en una máquina y reclama su humanidad saboteando la cadena de montaje, parando el ritmo de la dictadura del reloj. Las mujeres que ayer acudían en marcha a Versalles para buscar al monarca, las de hoy que reclaman ser propietarias de su cuerpo y sexo, perdiendo el miedo que tenían las niñas de la mina a cantar en la oscuridad.

 El comunismo es una tensión constante, un poder siempre constituyente y abierto a la novedad que toma su poesía del presente, se quita de encima el peso de los necios y no anda en busca del sujeto perdido. No debemos tenerle miedo a la diferencia, la comunidad de los iguales se levanta sobre el derecho a la desigualdad. La multitud que camina, que a veces tropieza y otras veces corre abriéndose paso por las alamedas de la historia, encuentra su orden en el desorden lo existente. No le arranca la riqueza a quienes vienen trabajando duro para dársela a los que nada hacen, al contrario, como tampoco es aquel mundo donde todo es de todos, sino donde todo lo que es de todos es compartido por todos. Hoy las palabras más bellas que ha llenado la humanidad de vida deben arrancarse del deseo publicitario, de la ofensiva financiera oligárquica y llenarlas de valor, pero para eso, primero debemos recordar la advertencia que nos hacía  Lenin, sabiendo que en la lucha de clases, quien le tema a los lobos que no se interne en el bosque.

 

Más Noticias