La revuelta de las neuronas

Destapemos la felicidad

Cocacola-ERE-460x250Charles Cunningham Boycott fue el hombre contratado en 1879 por el conde de Erne para ser el administrador de tierras agrícolas en el Condado de Mayo, Irlanda. Su apellido pone el nombre al inicio de una práctica política que con el tiempo se fue extendiendo y que ya en 1880 el periódico londinense The Times, acuño el término "boicotear"para referirse a ella. Boycott se hizo conocido por su antipatía y sus rigurosas medidas contra los campesinos que no tardaron en tacharle como persona non grata y hacerle la cruz. En su primer año en el cargo, los campesinos a causa de las duras medidas impuestas por Boycott se negaron a pagarle la renta correspondiente y en muy poco tiempo se consiguió que ningún granjero quisiera trabajar con él, comprarle o venderle nada. Como no pudo encontrar a ningún campesino que quisiera trabajar para él en la tarea de la siega y la recogida de la cosecha, tuvieron que acudir tropas y policías para concluir la tarea. Ya era demasiado tarde, la cosecha se había echado a perder y todos los arrendatarios y los campesinos habían rescindido sus contratos y la Liga Agraria Irlandesa permitió a los campesinos evitar tener que contratar ningún trabajo con Boycott. Boycott fue finalmente "boicoteado", inaugurando así un repertorio de acción de protesta que pervive en la actualidad.

La eficacia del boicot reside en la relación mantenida entre el tiempo y la mercancía, esto es, entre la posibilidad de que en un periodo de tiempo dado la mercancía perecedera se echa a perder. Por esa razón muchos boicots no tienen mucho recorrido cuando acaban siendo llamamientos abstractos sin incluir una fecha, un tiempo acotado. La fuerza del boicot es la presión multitudinaria sobre un producto,  una persona, o un espacio, cuyo rechazo logra hacerle perder al boicoteado más de lo que ganaría cediendo. Con el ERE planteado a los y las trabajadoras en las plantas embotelladoras de Coca-Cola, se abre la oportunidad de plantear un boicot a una de las mayores empresas del mundo. Nos hemos enterado que en la ciudad de Madrid se estima que las ventas de Coca-Cola pueden haberse reducido hasta en un 40% desde que se inició la protesta contra los despidos. La fuerza del trabajo no se limita a su acción en el empleo, en la huelga de quienes pueden ser despedidos, ésta se combina con la extensión en la acción social del conjunto de la población. Solo cuando la lucha toma cuerpo en la ciudad, solo cuando se incorpora en la solidaridad de la vida cotidiana y la cooperación social trabaja en defensa de la dignidad de las personas, el conflicto laboral se convierte directamente en una lucha social que desborda los muros de la fábrica.

Paralizar el ERE de Coca-Cola, al igual que lo fue Gamonal contra la especulación urbanística o la marea blanca en defensa de la sanidad pública, cristaliza una misma lucha política: el bienestar de la mayoría por encima del beneficio de una minoría. Cada persona repartiendo panfletos a la entrada de un supermercado llamando a no consumir productos de Coca-Cola, cada cartel que un bar coloca en la puerta avisando que ahí no se vende Coca-Cola, cada establecimiento, del tipo que sea, anunciando que no se consume Coca-Cola, cada mensaje en las redes sociales a la compañía, cada muestra de apoyo y difusión, cada acción, resulta crucial. Incentivar el consumo en locales que se solidaricen con los y las trabajadoras vendan o no bebidas, puede llegar a reducir tanto el consumo de Coca-Cola que el coste de almacenarlo sin poder darle salida, la pérdida en ventas y el daño a su imagen, consiga torcerles el brazo. Nos lo enseñó la PAH: los efectos de esta estafa llamada crisis no pueden vivirse como problemas privados, vividos y sufridos en soledad, deben hacerse públicos y enfrentarse colectivamente, pues su razón de ser es directamente política. Ayudemos a los huelguistas en Coca-Cola, démosle otra lección a Boycott y demostremos a estos administradores de nuestras vidas cómo destapamos la felicidad.

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