La revuelta de las neuronas

La responsabilidad del kamikaze

El Plan de Responsabilidad que Hollande pretende aplicar supone un recorte de 50.000 millones el gasto público entre 2015kamikaze y 2017. Aquí en España, ya conocemos de sobra la melodía de los recortes como la única música que puede tocarse y escucharse. Siempre son las mismas notas. Las voces que suelen atribuirse la palabra "responsabilidad" como sinónimo de austeridad, ya sea en artículos, planes o intervenciones políticas, para luego, infantilizar cualquier apuesta de cambio político en favor de las mayorías sociales, borran con su discurso, la existencia de cualquier otra posibilidad que no sea la que impone la Troika. Los hay que tratando de recuperar la credibilidad tratan de ofrecer una cara más amable de esta misma línea, hablando de un nuevo pacto social europeo contra la Europa de los acreedores, sin mencionar en ningún punto que para ello hay que acabar con la Europa de los deudores. No hay acreedor sin deudor, no hay forma de inaugurar un pacto social europeo sin cuestionar la lógica política del saqueo que impone la economía de la deuda. Los mismos actores políticos que aplican las políticas económicas que nos empobrecen son los mismos que elaboran ese discurso agazapado en la economía más o menos ortodoxa, entendida como una esfera que impone unas reglas sobrenaturales e incuestionables a la sociedad y a la política. Exponen así el desprecio que destilan las élites y sus intelectuales a la democracia.

En defensa de la responsabilidad, impiden la posibilidad de generar un cambio sustancial donde la ciudadanía pueda elegir el marco de convivencia que mejor se ajuste a sus intereses. Por lo tanto, se anula la facultad democrática de poder elegir y decidir otro modelo que no sea el del latrocinio del "es lo que hay", donde los enterradores se presentan como salvadores y acusan de fomentar la antipolítica a lo que en realidad es la política. La naturaleza de esta peculiar relación de dominación versa sobre un mandato ideológico aparentemente inmune a la posibilidad humana para modificarlo. En este sentido, el marco de las reglas dadas no se discute porque no entran en la discusión, la economía entonces no necesita apellido ni adjetivo y se convierte en un campo de poder ajeno a las relaciones sociales que pareciera funcionar al margen de la decisión humana. Como un dios omnímodo, independientemente de lo que digan las urnas y la soberanía popular, lo que queda claro y queda fuera de toda decisión es el imperativo del rentista financiero exigiendo mejorar la oferta, las garantías a la inversión, la competitividad y las condiciones idóneas para los acreedores. Todo ello a costa de los derechos, de la condición de ciudadanía y la democracia. La democracia no es como nos quieren hacer creer los ideólogos del poder constituido, un esqueleto fosilizado siempre controlado bajo su manejo. Al contrario, la democracia necesita dotarse de un cuerpo vivo que la ejerza. La democracia no es un papel, sino su garantía, esto es, la virtud y la fuerza que permite cumplir lo que dice el papel, o cambiar lo que dice  papel.

Sin embargo, la aparición de nuevas composiciones sociales y político-electorales manifiestan la construcción de ese cuerpo a través de la palabra. El acto de nombrar por parte de los que no tienen permiso para hablar y están vetados para recibir los carnets oficiales del discurso, enuncian la capacidad de forjar un lenguaje propio que dispute el terreno de las palabras y la creación de sentidos en el sistema de ideas. Disputar la palabra para conseguir la emisión de voz de quienes estaban privados de ella es el primer síntoma de la irrupción de la política. De ahí que el ataque escudado bajo la "responsabilidad" se fundamente en términos económicos en su búsqueda por mitigar la construcción constituyente, política y discursiva de los perjudicados en el actual reparto en nuestra situación, reduciendo así la política a un problema de gestión técnico, de números, no político. Como los números y su funcionamiento son indiscutibles, plantear un cambio en su distribución y su gestión te convierte automáticamente en un irresponsable.  Por eso, para ocultar lo que no debería poder aparecer en escena, tratan de atemorizar, avisar y ahuyentar a la opinión pública de otra posible construcción y descripción de las palabras y los actores, al tiempo que se apropian de los conceptos como responsabilidad y seriedad. La erosión ideológica del bloque de poder dominante que rompa con su aptitud para convencer, se juega en poner a trabajar otro sistema de creencias y significados a las palabras. A fin de cuentas, como bien entendió Margaret Thatcher, que dejó el Gobierno con el mismo porcentaje de PIB en gasto público que cuando llegó, pero con menos porcentaje de ingreso, la economía es el método, el objetivo es cambiar el alma.

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