Jose A. Pérez

Te rogamos, óyenos

Como cada año, la Semana Santa desempolva la España más tradicional y bulliciosa. Sevilla se llena de turistas ávidos de berreantes beatos, y los informativos nos bombardean con excentricidades locales en las que lugareños se fustigan, se crucifican, lloran y cantan en una orgía de culto desenfrenado, una rave de penitentes.

Pero es que este año, además, la contrición viene que ni pintada. Pocas veces, en los últimos tiempos, los españoles hemos tenido tantos y tan buenos motivos para buscar en Dios la esperanza que nos niegan los organismos internacionales. Bajo nuestros pies se ha abierto un infierno de EREs e impagos, un averno de números rojos y ajustes de personal. La plaga del paro ha descendido sobre nosotros, y los creyentes miran al cielo, más allá de los despachos más altos, en busca de un poco de consuelo.

Porque, cuando el futuro se pinta negro negrísimo, sólo Dios puede prometernos contratos fijos y pensiones dignas. Sólo el Creador puede dar sentido a un universo donde el capitalismo pierde dinero. Sólo una mente omnisciente puede entender que directivos despedidos por incapacidad manifiesta cobren primas multimillonarias. Sólo Jesús puede velar por nuestros bancos y cajas, sólo Su luz tiene la intensidad necesaria para iluminar el camino al superávit presupuestario. Sólo Él puede velar por la nómina nuestra de cada día.

Antes bastaba con tener un poco de confianza en el futuro, pero dicen los expertos que la confianza ha muerto. Así que ya sólo nos queda la fe. Y la fe, como la bolsa, escapa a toda lógica. Pongámonos en pie y repitamos todos juntos: "Si Dios hubiese querido capitalismo, nos habría dado acciones". Amén.

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