Jose A. Pérez

Columna de bar

Me fascina la capacidad narcótica del siglo XXI, ese efluvio racionalista y tranquilizante que emana de la mayor parte de los medios de comunicación. La crispación es mala, de manera que, cuando personajes como Díaz Ferrán sueltan estupideces ofensivas, insultos descarados para cualquier persona con una mínima capacidad intelectual, los medios se encogen de hombros y suspiran. Pero en los bares, donde la opinión política nunca se escribe pero siempre se opina, las valoraciones no son tan templadas. En las barras, entre cañas y carajillos, el presidente de la CEOE se hace merecedor de una ristra de epítetos aceptados por la RAE que, sin embargo, quedarían de lo más chuscos en una contraportada.

Dice Díaz Ferrán que él no hubiera volado con Air Comet, y recuerda a aquella famosa cita de Groucho Marx: "nunca pertenecería a un club que aceptara a alguien como yo de socio". Desde luego, yo no formaría parte de ningún club que aceptase a Díaz Ferrán como socio y mucho menos como presidente. Y, de hacerlo, pasaría bastante vergüenza. Porque Ferrán me parece un prepotente, un hombre incapaz de disculparse, de admitir sus errores, un chulapa madrileño con mucho parné capaz de asegurar que "la mejor empresa pública es la que no existe" y pedir, un año después, un "paréntesis en la economía de libre mercado".

A veces, cien columnas de opinión no consiguen resumir la esencia de un personaje. Por eso me resulta mucho más contundente y sincero cuando, apoyado en la barra del bar, un obrero mira de soslayo la televisión y suelta: "qué cabrón". Quizá no sea una crítica muy estructurada, pero resume a la perfección la opinión mayoritaria.

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