La parte de verdad que tenga el otro

La parte de verdad que tenga el otro

Quien no vea que el independentismo ha aguantado firme pese a la carga desproporcionada del Estado es que está ciego. Detrás hay calle. Quien no vea que con una diferencia de 165.000 votos no pones en marcha una vía unilateral de independencia es que está ciego. Detrás hay miedo.

Más de uno estará diciéndose si todo esto ha merecido la pena. El independentismo apenas ha aumentado en votos. Si ha ganado Ciudadanos, con una participación popular espectacular del 82%, en estos dos últimos años lo que se ha movilizado es un voto hacia una derecha más dura contra la plurinacionalidad y sin corrupción. Estaba escrito en las estrellas que si salía el "España se rompe en campaña" volvíamos a la casilla de salida.

Es verdad que sin el autoritarismo de Rajoy no estaríamos reeditando esta España de las pesetas de Franco. Su resultado en Catalunya, más allá del rédito que saque en los votantes del "a por ellos", es para hacérselo ver. Sin los errores de ERC los postpujolistas nunca se hubieran lanzado a transitar callejones sin salida que han terminado con su líder en la cárcel y el sucesor de Pujol en Bélgica. Ganan las derechas catalanas y ganan las derechas españolas. Mal negocio para la izquierda.

Qué campaña llena de ruido y furia, de excesos verbales y desencuentros, de amenazas, represión y mentiras (lo digo de buena fuente: después de escribir al menos cinco artículos contra la aplicación del 155, entré en campaña de la mano de titulares manipulados como si fuera un defensor del 155. Cosas veredes amigo Sancho...).

Hay mucho de desgaste inútil. Nada está mejor que antes de la aplicación del 155. Salvo que el aumento de la participación es una señal de que Catalunya no es indiferente a la suerte de Catalunya. Es verdad que una participación tan elevada vale como referéndum. Y ha ganado el independentismo. ¿Debiera dimitir Rajoy? Vale: es ciencia ficción.  Aznar estará mandando sms como un demente: Mariano, sé fuerte.

El problema es que esa polarización de la sociedad catalana –que se negaba hace unos meses desde las posiciones favorables al procés- no se rebaja con este resultado electoral. Al revés, se radicaliza. En términos de salidas políticas, un resultado que no va muy lejos.

El escenario electoral no ha cambiado de manera determinante en su lógica de bloques, pero a la interna ha enrarecido el clima. Puigdemont y Junqueras se llevan peor que hace unos meses y las negociaciones entre ellos no van a ser fáciles (aunque llegarán, que el poder es el poder). La burguesía de derechas ha toreado finalmente a la clase media y los sectores populares del independentismo. Puigdemont, dueño de sus movimientos (incluido el de volver a España y ser encarcelado) y Junqueras en la cárcel, sin haber logrado convertirse en la primera fuerza que justificara un poco la dureza de las rejas. La ciudadanía ha castigado duramente a las CUP, pero las CUP siguen teniendo la posibilidad de forzar su apoyo al bloque independentista, aunque sin exagerar. De manera que las posibilidades de diálogo se alejan al no verse en el horizonte una moderación que posibilite un diálogo que encuentre una salida a la "herida territorial".

Ya sabemos qué opinan el PP, Ciudadanos y el PSOE: más 155. El bloque monárquico del 155 se ha quedado a 165.000 votos del independentismo (dejamos fuera de un lado y otro los 323.000 votos de los comunes). Ciudadanos ha dado un paso de gigante en su pelea por desbancar al PP, que hace un ridículo excesivo. Una cosa es que el PP estuviera dispuesto a sacrificar Catalunya para ganar posiciones en el resto de España y otra es que desaparezca de uno de los territorios más relevantes del Estado.

El problema es que no se da ese sorpasso desde una posición nueva, sino desde una posición antigua y poco virtuosa (el españolismo monárquico que no entiende a la España plurinacional). Arrimadas y Girauta hacen de Ciudadanos el referente del Le Penismo español, que contrastará con el neoliberalismo tipo Macron que quiere Rivera. Tendrán que bajarles línea los banqueros.

Los partidos que hablaban de diálogo no han tenido un resultado memorable. El PSC de Iceta no ha sacado réditos de su ejercicio extremo de travestismo (desde el ¡Por Dios Pedro, sácanos de Rajoy! al apoyo sin contrapartidas al 155, pasando por meter en su lista a gente de Unió). Tampoco Catalunya En Comú Podem ha podido hacerse un hueco importante con su discurso sensato ("Ni 155 ni DUI"), seguramente porque parecía demasiado independentista para los no independentistas y demasiado unionista para los independentistas. En mitad de una guerra, a los negociadores les disparan desde las dos trincheras.

Tanto los comunes como Podemos tienen que hablar con mayor claridad. Los Comunes hubieran necesitado poder ser bisagra junto a ERC y el PSC para poder hacer de su propuesta un programa de gobierno para Catalunya y también para España. Tendrá que esperar, pero ese espacio llegará, porque la única salida al reto catalán pasa por un referéndum pactado. Cuando Catalunya entienda que su solución pasa por España (ya ha entendido que no se la puede saltar vía Europa), los Comunes y Podemos regresarán como la solución. Se trata de convencer a España de que hace falta un referéndum pactado. Y eso solo lo puede hacer Podemos. Siempre y cuando eso no signifique que está haciendo campaña para que España se rompa. Tiempos de clarificación.

Mientras, solo hay una novedad clara junto a la capacidad de resistencia del independentismo: la derecha ha despertado y se ha quitado complejos, y, además de rearticular los votos del PP, ha arañado en votantes de la izquierda que no están entendiendo a dónde va el procés. Todo está abierto, incluida una repetición de las elecciones. Algo bastante probable. Y la casa sin barrer.