Los gorrones en política o de la deslealtad de los aprovechados

Los gorrones en política o de la deslealtad de los aprovechados

La moderación es una virtud solo en relación con los extremos. Decía Habermas, cuidado con esos hombres justos que dicen que la mitad de la culpa para Hitler y la otra mitad para los judíos. No hay equidistancia entre un violador y una mujer violada. Y menos mal no es más bien sino simplemente menor cantidad de mal. Si en una población se asesina o viola diariamente a una mujer, en otra donde sólo se hace semanalmente difícilmente se podrá afirmar que el asesinato y violación de mujeres en esa ciudad son "moderados". Son menos que en el otro lugar, pero no dejan de ser un disparate.

Una de las discusiones más severas en la ciencia política tiene que ver con los gorrones. Cómo hacer que los caraduras no se aprovechen de la buena voluntad de los demás. En España, los que hacen huelga pierden el sueldo de los días no trabajados. Pero si la huelga triunfa, la subida salarial es para todos los trabajadores. Incluidos los esquiroles. Los gorrones o polizones (free riders) son aquellos que consumen más que lo que les corresponde o deciden no afrontar "una parte justa del costo de su producción".

Los gorrones en política suelen reclamar espacios de centro o, en un uso abusivo de la palabra, transversales. Como en la "tragedia de los comunes" de Hardin, el centro se convierte en un metro en hora punta donde todos los que lo reclaman como propio piensan en términos estrictamente individuales: no quieren defender una idea, sino tener más votos colocándose donde hay menos conflicto. No se preguntan cómo se ha llegado a ese consenso y les resulta indiferente que si no hay gente que siga reclamando posiciones más decididas, ese centro se irá corriendo cada vez más hacia el otro polo. Pero los gorrones del centro no quieren transformar la realidad. Sólo quieren gestionarla.  No colaboran en la construcción del conjunto sino que quieren recoger gratis los esfuerzos hechos por otros para llegar a un punto de equilibrio en virtud de la correlación de fuerzas.

Porque esa es la clave: el equilibrio entre polos en tensión.  La correlación de fuerzas se expresa en los conflictos -de clase, de género, de raza, de tradiciones, de edad- y cómo se solvente el conflicto dependerá de la fuerza de los grupos en tensión. Si se abandonan posiciones para ocupar esos espacios centristas donde no se quiere molestar al elector, el espacio de tensión desaparece y la correlación de fuerzas se decanta hacia los que siguen firmes en sus posiciones. La aparición de VOX tensiona el centro hacia la derecha. La reclamación de una izquierda que se parezca al PSOE, también.

¿Quién se encarga de recordar que los trabajadores no reciben el fruto íntegro de su trabajo? ¿Quién recuerda que las mujes ganan un 23% menos? ¿Quién dice que no es aceptable ninguna violencia contra las mujeres?¿Quién reclama otras pautas de consumo, urbanísticas y energéticas para que las nuevas generaciones tengan un planeta en el que vivir?¿Quién se pone firma para garantizar los derechos de los pensionistas? ¿Quién defiende lo público frente a la agresión de las empresas que quieren privatizar la sanidad, la educación, las pensiones? ¿Quién insiste en que España es plurinacional?¿Quién hace memoria del pasado o recuerda a la iglesia que no puede tener privilegios?¿Quién le pone freno a las plataformas de internet que son los rentistas del siglo XXI?¿Quién defiende el derecho de las mujeres a su cuerpo? ¿Quién confronta a los que tienen privilegios?¿Quién pone freno a los fondos buitre o al vaciamiento democrático de la Unión Europea?

Defender todos estos ámbitos te aleja del centro. Pero no de la transversalidad entendida como una política para las mayorías. Una de las ventajas del parlamentarismo es la amabilidad en las formas. Y la amabilidad es positiva porque permite el diálogo y abre la posibilidad para acuerdos donde todos los intereses sean considerados. Pero si esa amabilidad se traslada a moderar la defensa de los intereses de la mayoría, se estará haciendo trampa. Hay que entender que en toda la sociedad hay intereses y tienen que ser escuchados y valorados. Pero hay muchos ámbitos donde el acuerdo no es posible: no se puede estar con los fondos buitre y con los desahuciados, con los violadores y las violadas, con los que agreden y los agredidos, con los que quieren más beneficios y los que quieren salarios justos. El político que renuncia a sus principios es un gorrón que solo piensa en su cargo.

No ha habido ningún gran cambio en España que no haya estado precedido por mucha gente poniendo el cuerpo. No hubiera existido la Constitución de 1812 sin el levantamiento de 1808. No hubiera existido la Primera República sin la Revolución Gloriosa contra los Borbones en 1868. No hubiera existido la Segunda República sin la oposición obrera e intelectual a la dictadura de Primo de Rivera. No hubiera existido Transición sin las luchas en las calles desde 1974. Y no se habría frenado a la derecha sin el 15M. Los políticos que hoy quieren pescar en el caladero amable del centro saben que si no hubiera gente empujando por los derechos de las mayorías, ese centro estaría mucho más a la derecha. De hecho, quienes piensan así no trabajan por ensanchar la democracia convenciendo a más gente de la bondad de sus posiciones, sino que les quieren convencer de que ellos van a defender lo que ya piensan.

Por eso, los gorrones en política terminan yéndose a la derecha. Terminan defendiendo ámbitos que eran propios de los ataques de la derecha -el ecologismo, Venezuela, el urbanismo salvaje, la tauromaquia, las manifestaciones- porque al debilitar a las fuerzas transformadoras, hacen más fuertes a las conservadoras y, por tanto, están más dispuestos a negociar con ellas.

Y por eso mismo hacen falta "partidos-movimiento" con una pie en las instituciones y otro en las calles, programas construidos colectivamente y lealtad con las ideas. No plataformas personales que no tienen horizontes de continuidad y reducen las ideas a las opiniones de los liderazgos. Porque de lo contrario, la política se convierte en una herramienta de gente que se considera más importante que la misión para la que fueron convocados.